Amor y pimienta

Una relación sin etiquetas ni definiciones pero llena de libertad

Andrés y Bárbara llevan quince años compartiendo el tiempo, que han elegido estar en la vida del otro. Cada uno en su casa, con su trabajo, sus hijos, sus otros amigos, sus manías

'Amigo y amado'.
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No lo han planificado. Tampoco le han puesto ningún nombre. No sabrían cómo llamarse el uno al otro o con qué adjetivo vestirse. Tampoco cómo presentarse al resto del mundo porque el mundo no está preparado para todo aquello que no sigue unas normas o patrones. O que no puede montarse con libreto de instrucciones. Donde están, se han encontrado. Y están bien. Y no se hacen preguntas ni se cuestionan. Y ya arrastran una edad de estraza en la que no deben dar explicaciones a nadie. Lo que son lo han construido a lo largo de los años. Primero, inconscientemente. Fue después que fueron poniendo el sentido y quizás también la emoción y las palabras. Desconocidos, amantes, amigos, amantes. Amigos. Amigos amantes. Ramon Llull lo había descrito en el siglo XIII. Nadie ha vuelto a poner un sentido tan exacto al sentimiento de pertenencia.

Podrían decir con exactitud cuándo y dónde se conocieron, pero son incapaces de explicar en qué momento se encontraron y se convirtieron en el guardián de la soledad del otro.

Se saben los tiempos, las necesidades. Se respetan los silencios. Se adivinan las necesidades. Están en los malos días. Se llaman de forma automática a los primeros cuando hay una buena noticia para celebrar. Piensan más que se lo dicen. Hablan un idioma similar. Nunca se han pedido nada el uno al otro, tampoco se han puesto condiciones. Saben que si lo hicieran perderían la incondicionalidad, que es como una suerte de acuerdo tácito, sin necesidad de decirlo en voz alta.

Andreu y Bàrbara llevan quince años compartiendo el tiempo, que han elegido estar en la vida del otro. Cada uno en su casa, con su trabajo, sus hijos, sus otros amigos, sus manías. Sus espacios y sus silencios. Pero basta con que uno levante el dedo para que el otro esté allí. A veces, simplemente, es un truco en el interfono de casa. Un "Estoy aquí". O un "Hoy no tengo ganas de nada. ¿Vengo y hacemos una pizza?".

Comparten intimidad y cama y les gusta el gusto que hace la piel del otro sin promesas ni contratos. La libertad tiene un sabor difícilmente igualable a otra cosa. Sólo lo sabe quien le ha probado. Se han conocido parejas, a algunas han tenido que esquivarles esa relación que tienen entre sí, no tanto para evitar dinamitar la nueva relación como para mantener intacta la suya. Con otros se ha llegado a hacer amigos. Cuando Bárbara creyó que había encontrado al compañero idóneo, Andrés dio dos pasos atrás, le dejó espacio. Le gustaba verla tan exultante. Tan feliz. El día que aquella historia acabó como siempre se acaban todas, Andrés invitó a Bárbara a hacer un arroz en la Barceloneta y se hicieron muecas con las lenguas negras de la tinta de la sepia. Volvieron a casa de ella y se pasaron toda la noche abrazados anestesiando el luto. Antes ella le había dicho que no quería estar sola.

Celebran juntos Navidad, Fin de Año. San Juan. Hacen fiestas e invitan a amigos en común y los hijos por cada lado. Van al cine juntos y lloran en las mismas escenas. Andrés siempre pasa parte de sus vacaciones en la casa que Bárbara tiene alquilada cada mes de septiembre en el Priorat. Bárbara le envía una postal a cada viaje que hace.

Hace dos días que Bárbara no sabe nada de Andreu y tiene una intuición que no sabe explicar. Le envía un mensaje que él no responde. Bárbara intenta imaginárselo en alguna de sus fiestas donde consigue que todo el mundo baile a su alrededor. Dos días después recibe una llamada cuyas palabras lo agrietan todo. Un diagnóstico. Un pronóstico fatal. Los médicos no le dan ni tiempo ni esperanza alguna. "Es fulminante", le dijeron cuando él les dijo que quiere saberlo todo por crudo que sea. "¿A quién debemos llamar?", le pidió la enfermera que le lleva.

Él responde "A mi mujer". Y da el teléfono de Bárbara.

No puede evitar sonreír pensando cómo se enfadaría ella si supiera que le ha dicho así. Pero la necesita, con una urgencia abrumadora.

Bárbara estará todos los minutos de los últimos dieciséis días en la habitación del hospital con Andreu. No le dejará en ningún momento. Habrá más allá incluso de cuando él la puede responder. Seguirá haciéndolo cuando él ya no esté. Llenando de susurros el vacío y la añoranza. Ella verá cómo ese cuerpo que conoce tanto se va convirtiendo en un tel azulado, cada vez más ligero. Como si fuera humo.

Él le dirá cómo quiere ser el funeral. Por primera vez le dará instrucciones. Harán listas interminables de cosas que les quedan por hacer por si en alguna todavía están a tiempo. Mientras hacen planes todavía hay futuro por imaginar. En ocasiones, la medicina se equivoca. Leen Ramon Llull como quien reza una oración:

"El amigo estuvo enfermo, y el amado le cuidaba: le alimentaba de méritos, le abrevaba de amor, le agachaba con paciencia, le vestía de humildad y le curaba con verdad".

No volverán a hacer el amor, pero el amor lo empapará todo como hace tanto tiempo sin poner definición ni significados.

Amigos. Amantes.

Amigo y amado.

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