Lo primero que encuentras cuando investigas o preguntas sobre cómo vivimos las mujeres la madurez es la famosa frase “A partir de cierta edad las mujeres dejamos de ser visibles”. A mí misma me la han dicho mujeres cercanas. Y me la creo y no quiero quitármela a la ligera. La sociedad es edadista y machista y la bomba de neutrones para convertirnos en invisibles está servida. Pero al mismo tiempo, cuando la oigo, me sublevo. Sé que es verdad, pero no me da la gana comprar el discurso.
La vivencia es real. Mujeres que se sienten invisibles porque la edad las perjudica en el mercado laboral o porque no representan novedad alguna como sí lo representa la juventud. Que no se sienten deseadas. Ni tampoco tenidas en cuenta. Que todavía se sienten más infantilizadas que nunca porque encima de ser mujeres se hacen mayores. El apocalipsis zombie de la invisibilidad parece estar servido. Sólo que creo que no podemos quedarnos de brazos cruzados. Por lo menos yo no puedo.
Como en tantas otras situaciones que me regala el patriarcado, utilizo la técnica del regate se-me-fot. La situación está ahí, no la niego, pero aplico un giro de cintura para esquivarla mientras miro hacia el lado contrario con una sonrisa para informar de que la situación se me jode. Por ahora me funciona, y nunca me había sentido tan vista en la vida como ahora y en más de un sentido. Ni punto de comparación a cuando tenía veinte años, o treinta o incluso cuarenta. Mis cincuenta y cinco son la bomba. No sé si la técnica me funcionará siempre, pero por ahora cuela bastante. Eso sí, todo esto pide calma, humor y una actitud activa. Pero sobre todo pide que nosotros mismos nos vemos. Y que nos veamos bien. Que nos vemos con todo lo bueno que tenemos. Que nos lo creamos. Y a partir de ahí ir a por todas (o algún trocito aunque sea).
Cuando lo cuento a menudo me dicen que en mi caso es diferente, que estoy hecha de una pasta especial. Y no sé qué decir. Quizás sí. Pero al mismo tiempo creo a ciegas en la capacidad de las mujeres de hacerse un hueco en el mundo. Porque somos quien mueve este mundo. Si todas las mujeres alcáramos las manos a la vez y dejáramos de hacer lo que hacemos durante cinco minutos, el planeta se detendría seguro. Por tanto, tenemos mucho más poder de lo que pensamos. Y la capa de invisibilidad que se nos quiere aplicar (y que se nos aplica) la podemos lanzar al punto verde de reciclaje para quien la desee. No es obligatorio que nos la quedemos, podemos levantar la voz, podemos reivindicar que estamos ahí, podemos unirnos, podemos dar un significado nuevo al que es ser una mujer madura, una mujer que se hace mayor. Podemos vivirlo bien. Podemos disfrutar del momento con pasión y alegría. Podemos exigir que se nos trate igual que a los hombres en todos sus aspectos y que, por ejemplo, se tenga en cuenta nuestra singularidad en el área de la salud y la investigación médica.
Y podemos salir del refotudo cliché y ser como somos en realidad: mujeres vivas y potentes que salen adelante. Mujeres con el pelo rojo o con el pelo blanco. Mujeres de todo tipo y situación que dicen en voz alta y firme que están aquí.