El expresidente Donald Trump ha sido vetado en Maine y Colorado.
05/01/2024
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Hace tres años, el asalto al Capitolio de los seguidores de Trump avergonzaba a Estados Unidos, incluidos una parte de los republicanos, y sorprendía al mundo entero. La democracia más poderosa del mundo mostraba en directo la profanación de sus instituciones. El todavía presidente, perdedor de las elecciones, se resistía a asumir responsabilidades. En los siguientes meses, su imagen pública sufrió una fuerte sacudida. El trumpismo quedó tocado, sí, pero ni mucho menos hundido.

Como se ha ido viendo desde entonces, el republicanismo ha acabado volviendo a abrazar a un Trump que ha presentado batalla pública y judicial hasta recuperar buena parte de la popularidad. Su mensaje: el trumpismo no puede salir adelante sin él, sin Trump, que según las encuestas cuenta ahora con el apoyo del 60% del electorado republicano. Da igual que sobre su pesen 91 acusaciones de delitos en cuatro casos criminales diferentes, desde su participación en la insurrección del 6 de enero hasta las maniobras para anular las elecciones de 2020, la posesión ilegal de documentos clasificados y el presunto cohecho por el silencio de una actriz porno.

Como un boomerang, el magnate y político populista ultraconservador ha dado la vuelta a los cargos hasta sacarle partido y se ha presentado como víctima de una gran conspiración. Tanto es así que ha vuelto a elogiar sin miramientos a los insurrectos del Capitolio. De nuevo se ha hecho fuerte en el discurso nacionalista y antiinmigración, aderezado de religiosidad y proteccionismo aislacionista. Trump ha vuelto y todo apunta a que será el candidato republicano. Solo la justicia puede dificultar su regreso: en las próximas semanas el Tribunal Supremo decidirá si los estados, tal y como ya han hecho Maine y Colorado, pueden prohibir la participación de Trump en las elecciones por su papel al frente del ataque al Capitolio. Pero incluso si alguno de los juicios le llevara a prisión, podría llegar a ser elegido presidente, aunque entonces la crisis democrática alcanzaría cuotas inéditas.

Es esta carta, de hecho, la que juega lo que también muy probablemente volverá a ser su rival, el actual presidente demócrata Joe Biden, para quien el líder republicano es una "amenaza existencial" para Estados Unidos. El Partido Demócrata, pese a las dudas internas, ha acabado confiando en el viejo presidente, quien buscará poner el miedo en el cuerpo al electorado blandiendo el peligro de inestabilidad e imprevisibilidad que supondría el regreso al poder de Trump. Pero es precisamente eso, la capacidad de romper las reglas establecidas, lo que a ojos de mucha gente desafecta con la política y perjudicada por el encadenamiento de crisis hace tan atractivo a alguien que promete saltarse las normas. Trump se presenta más que nunca como uno cowboy solitario contra el sistema, alguien de la América profunda que utilizará todas las armas para defender la libertad de hacer lo que le dé la gana para "salvar al país".

En términos políticos, a esto se le llama autoritarismo iliberal, y es la otra cara de la moneda de la democracia liberal de la que históricamente EEUU es cuna. El país, pues, afronta de nuevo un cruce decisivo. Y con él, el mundo entero. Porque sin duda un triunfo de Trump daría alas a la involución mundial hacia la ultraderecha.

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