Crítica de series

'El tiempo que te doy': la nueva serie española de Netflix y el final que la estropea

La creación de Nadia de Santiago explora una ruptura sentimental desde una estructura atípica

3 min
Nadia de Santiago y Álvaro Cervantes a la serie 'El tiempo que te doy'

'El tiempo que te doy'

Creada por Nadia de Santiago para Netflix. En emisión en Netflix

La primera buena noticia ante una serie como El tiempo que te doy es que rompe los esquemas del tipo de producción típica de Netflix. Lejos de aquellas temporadas alargadas de 13 episodios que rondan la hora de duración, la creadora Nadia de Santiago firma una serie intimista de 10 episodios de 11 minutos cada uno. Juntos suman lo que dura una película convencional. Pero, y he aquí la segunda buena noticia, El tiempo que te doy juega con una estructura que solo tiene sentido en una serie y a la vez lo hace desde cierta innovación. La protagonista, Lina (también encarnada por Nadia de Santiago), ha roto con su novio, Nico (Álvaro Cervantes). Mientras intenta superar la ruptura, rememora toda la relación. En el primer episodio, el tiempo presente apenas ocupa un minuto, y los diez restantes se centran en mostrarnos cómo se conoció la pareja. A medida que avanza la serie, esta proporción se va reequilibrando: cada vez se dedica más tiempo al hoy de Lina y menos a su pasado. Y así la estructura no lineal cobra una función dramática: seguir la progresiva desconexión del recuerdo de su antigua pareja que vive Lina, mientras se pone de manifiesto cómo cuesta que el pasado no se inmiscuya en el presente. En algunos momentos remite, desde unas coordenadas infinitamente más modestas, a la película Eternal sunshine of the spotless mind, de Michel Gondry, en su retrato del complejo vínculo que mantenemos con el recuerdo de una persona querida después de que se acabe la historia de amor.

En el episodio inicial, los protagonistas se conocen mientras trabajan en un hotel. Un escenario muy realista en un país en el que miles de jóvenes ganan su primer sueldo en la industria turística o de servicios mientras intentan desarrollar una carrera profesional en otro ámbito. El hecho de que se conozcan por la noche otorga una capa de irrealidad a la historia, y subraya la idea de que cuando te enamoras el resto del mundo parece desaparecer. La serie juega bien con las elipsis temporales y se mueve en un contexto cercano e intimista, atenta acoger cómo evolucionan las emocionas de Lina en el presente y en el pasado. En algunos casos, De Santiago consigue transmitir mucho con muy poco, como en la secuencia del aniversario en la que la protagonista se siente más sola que nunca rodeada de parejas que distan mucho de ser perfectos o en la conversación con el paciente del hospital. En otras ocasiones, la serie tira demasiado por los lugares comunes de la comedia o el drama romántico. Hace especialmente mal el episodio marroquí y todo este recrearse en el tópico de encontrarse a una misma en un país "exótico" donde se vive una pasión turca.

La resolución cerrada

Otro elemento interesante de El tiempo que te doy son los finales de episodio. Lejos de acabarse con un cliffhanger o similar que fije la atención del espectador y predisponga el estado de ánimo, concluyen con pillow shots del paisaje, planes sin una voluntad de significación dramática que permiten que las emociones se aireen. Un recurso que, por cierto, ya aparece en la serie de rupturas sentimentales por excelencia, Secretos de un matrimonio, de Ingmar Bergman. Excepto en el episodio final, en el que se opta por una resolución cerrada que contraviene a todo aquello que la serie se supone que defiende a lo largo de sus 109 minutos anteriores. Después de seguir el proceso de la protagonista para olvidar a su ex y aprender a vivir sola, El tiempo que te doy cae en la escena final en un pensamiento mágico propio del romanticismo más ramplón.

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