Así hace de madre

Ana Costa: "¿Cuánto tiempo hace que no te sientas con un hijo en el sillón y te dedicas a observarlo?"

Escritora, especialista en psicología positiva aplicada y madre de Max y Amy, de 9 y 7 años. Divulgadora de la maternidad desde el feminismo, publica 'Alquimia materna. Transforma tu maternidad para convertir la culpa en gozo' (ed. Vergara), un texto que ofrece herramientas para transformar el sentimiento de culpa en la maternidad. También es autora de 'La metamorfosis de una madre'.

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Ana Costa, escritora.

BarcelonaLa gestación de mi primer hijo la viví muy sola. Vivía en México y yo soy de Argentina. Había perdido dos embarazos y eso me había dejado una herida y un miedo desconocido, lo que hizo que ya desde el primer trimestre del embarazo empezara a sentirme culpable. Me asustaba herir de algún modo a mi criatura, perderlo por algo que pudiera hacer mal.

¿Y con el segundo hijo?

— Con la segunda todo fue diferente porque ya había aprendido algo clave, y es que nada dura para siempre. Cuando los hijos son pequeños y nos sentimos agotadas nos preguntamos cuándo acabará todo, pero cuando llega el segundo hijo descubres que todo pasa mucho más rápido de lo que pensabas.

Visto así, ¿qué añoraste de la primera maternidad durante la segunda?

— Lo que hace especial a la primera es el factor sorpresa, todo lo que te resulta nuevo. Cualquier cosa que haga el bebé la recibes con la mentalidad del aprendiz, y esto crea el efecto de que el tiempo pasa mucho más lentamente y, por tanto, podemos interiorizar mejor las metas que se van cumpliendo. Recuerdo que al primer hijo le tomaba sistemáticamente fotos cada mes, algo que ya no hice con la segunda.

Eres crítica con la forma en que entendemos la maternidad.

— Cuando fui madre me di cuenta de que la sociedad esperaba demasiadas cosas de mí. Me pedía que amamantara a mi hijo y le dedicara todo el tiempo, pero también me exigía que volviera pronto al trabajo o que perdiera rápidamente los kilos que había ganado. En cambio, nadie me dijo que añoraría el cuerpo que tenía antes de ser madre, o cómo de sola me sentiría, lo necesario que sería rodearme de otras mujeres que estuvieran pasando por lo mismo. Nadie te avisa de que es importante hablar con la pareja antes de que llegue un hijo y de repartir bien el trabajo, por eso después hay tantas discusiones.

¿Qué dificultades encaraste cuando los hijos crecían?

— Creo que hay demasiadas reglas sobre la infancia. Por ejemplo, parece obligatorio que los niños vayan limpios, pero esto va totalmente en contra de su naturaleza espontánea y exploradora. ¿Cuánto tiempo hace que no te sientas con un hijo en la butaca y sencillamente te dedicas a observarlo? Nos cuesta mucho estar presentes. Parece que necesitamos estar continuamente haciendo algo.

Quizás tenemos demasiadas ideas sobre lo que supone ser padre o madre.

— Nuestros hijos son nuestros maestros y es un privilegio enorme poder verlos jugar. Compartir mis tardes con ellos es algo importante, es un gran regalo. Si tienes un hijo pequeño deja que juegue y se ensucie. Deja que tenga tierra en los pies porque ya tendrá toda la vida para tener los pies en el suelo.

Consideras que la maternidad implica un esfuerzo de autoconocimiento.

— Cuando nacieron mis hijos me di cuenta de cuáles eran mis deficiencias emocionales. Vi que tenía poca paciencia, que vivía agobiada. También me di cuenta de mis heridas de niñez. Y empecé a ser consciente de que ofrecía a mis hijos cosas que me faltaron a mí.

Fue una exploración del pasado.

— A veces recordamos cosas que nos pasaron siendo niños, cosas que siempre nos han parecido inocentes pero que, cuando somos madres o padres, descubrimos que quizás tuvieron más peso. Y esto puede abrir una caja de Pandora. Cuando fui consciente empecé a hacer terapia.

Proponme técnicas sencillas de autoconocimiento.

— Algo fácil es ir escribiendo un diario emocional, ir apuntando aquellas situaciones que nos alteran o nos hacen ser reactivas. Otra forma es practicar una atención plena, con una meditación guiada o simplemente centrando toda la atención en actividades cotidianas como cocinar o pasear. Cuando una madre logra vivir su maternidad alejándose del ideal de madre perfecta, de madre mártir o madre superpoderosa, enseña muchas cosas a sus hijos. Una de las más importantes es que puede equivocarse, que no es necesario ser perfecto para ser querido.

Cuéntame una anécdota.

Recuerdo que estábamos en una atracción de feria haciendo cola y Amy estaba cansada de esperar, así que le pedí que fuera paciente y ella me respondió que no podía serlo porque los pacientes son los que van al médico.

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