Homenots y Donasses

Vanderbilt, o cómo se esfumó una de las grandes fortunas estadounidenses

El empresario invirtió en la apertura de nuevas rutas marítimas y en conexiones de ferrocarril

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Cornelius Vanderbilt

El 9 de noviembre de 1889, el diario barcelonés La Publicidad publicaba un reportaje singular, sólo comprensible si nos situamos a finales del XIX, titulado “Basar de novias”, que empezaba con la frase: Norteamérica, que es un país de muchas y grandes cosas, tiene entre éstas una colección de mujeres casadoras como ninguna otra nación del mundo”. Hacia el final del texto afirmaba que “Dª. De Vanderbilt es la viuda más rica del universo” y aquí probablemente tenían razón. Hacía más de una década que había muerto su marido, Cornelius Vanderbilt, todavía hoy considerado uno de los individuos más ricos de la historia de la humanidad.

Durante los años posteriores a la muerte de Vanderbilt se especuló mucho con el volumen de su fortuna y circularon todo tipo de leyendas sobre su patrimonio. Durante los años 80 del siglo XIX, la cabecera El Diluvio -también de Barcelona- le llamaba "el rey Vanderbilt" y decía que poseía 6.000 millas de ferrocarril. También aseguraba que la fortuna cuando murió alcanzaba los 100 millones de francos y, sobre todo, que era el propietario del trozo de papel más caro del mundo, porque entre su patrimonio había un certificado único por valor de 100.000 acciones del Ferrocarril Central de Nueva York, valorado en unos 45 millones de francos.

Dejando las leyendas aparte, el caso es que Vanderbilt nació en una familia modesta de Nueva York con sangre inglesa y neerlandesa (esto último indica la procedencia de su apellido) y logró llegar en lo alto de la pirámide social, convirtiendo en el hombre más rico del mundo de su tiempo.

Los primeros trabajos de Vanderbilt fueron ayudando al padre, que había dejado de hacer de payés para transportar a personas en barco entre Staten Island y Manhattan, una actividad que les permitió acumular algunos ahorros. Muy pronto (algunas fuentes dicen que con sólo 16 años), Vanderbilt se estableció por su cuenta y fue incrementando la flota de barcos, que había comenzado con uno de vela.

El primer salto en los negocios lo dio en 1812, durante la guerra que enfrentó a Estados Unidos con el Reino Unido, porque el gobierno le hizo un encargo importante para abastecer las fortificaciones mediante una pequeña flota. Pero ante el auge de los barcos de vapor, en 1818 decidió cerrar el negocio y ponerse a trabajar para un capitán de este tipo de embarcaciones. Una década allí le permitió acumular lo suficiente know-how para montar su propia compañía, que hacía trayectos por el río Hudson primero y por Nueva Inglaterra más tarde. Este trabajo le acabó proporcionando el apodo con el que se le conocería el resto de su vida: el comodor.

No dejó pasar la oportunidad de hacer dinero con la Fiebre del Oro californiana, en 1849, cuando ofreció transporte hasta la costa oeste del país abriendo una nueva vía a través de Nicaragua en lugar de pasar por Panamá , como era habitual. Esto implicaba menos tiempo y menos dinero, por lo que llevó a sus competidores a la ruina. Tan límite era la situación, que los demás operadores aceptaron pagarle una renta mensual de miles de dólares a cambio de que cerrara la ruta.

A mediados del siglo XIX empezó a invertir en ferrocarriles, el transporte de moda en la época. Le pareció tan prometedor, que hacia 1863 -con casi 70 años- vendió todos los negocios marítimos que le habían hecho rico y compró la línea de tren de la que era accionista minoritario, New York and Harlem Railroad. A ésta se unieron más líneas, sobre todo la New York Central Railroad Company, que era una de las más importantes del país. Precisamente, en 1913 sus descendientes fueron los responsables de la construcción de la principal estación de Nueva York, Grand Central Terminal, que tomaba el nombre de la compañía.

Como decíamos desde el principio, cuando se murió dejó una de las fortunas más grandes de la historia, pero con el paso de las generaciones y con un cúmulo de malas decisiones el patrimonio familiar se fue desvaneciendo hasta quedarse en una fracción de lo que había sido. Como testigo de una vida intensa queda la Vanderbilt University, en Tennessee, que se fundó gracias a una donación del empresario pocos años antes de su muerte.

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