Moda

¿Pero dónde va esta vestida como si fuera joven?

Iris Apfel en 2017 ante el escaparate de Bergdorf Goodman, en Manhattan.
12/03/2024
3 min

El 1 de marzo moría la diseñadora Iris Apfel a los 102 años y lo hacía engalanada, hasta el último momento, de creatividad, fantasía y desacomplejo, desafiando una de las normas estéticas no escritas que rigen nuestra concepción de la moda: a cierta edad, debemos desaparecer visualmente. Este hecho es una consecuencia del marcado edadismo que estructura nuestra sociedad, que asocia indefectiblemente a las personas mayores con la enfermedad, la incapacidad, la dependencia, la soledad, la involución y el deterioro físico e intelectual. Tan sólo debemos ver los anuncios de publicidad, donde aparecen personas maduras tan sólo para hablar de colesterol, pérdidas de orina, cuidadores, dentaduras postizas y pulsadores de emergencias. Llegados a este punto, no es de extrañar que ya les hayamos excluido de ser considerados bellos, deseables y sexualmente activos.

Ciertamente, la vejez nunca ha estado asociada a la belleza, pero el paradigma capitalista-industrial en el siglo XIX precipitó la problematización de la edad avanzada, asociándola a la improductibilidad. Un desprecio social que las mujeres sufren con mayor agudeza, pues, si tenemos en cuenta que históricamente se ha entendido la reproducción como su finalidad principal. Con la llegada de la menopausia su cuerpo es leído como menos sano, menos valioso y menos deseable. Un cuerpo en estado de premuerto, desprovisto de utilidad social y de atractivo sexual. Un ejemplo que visibiliza este sesgo de género en el edadismo es el de Donald Trump, que luce como un trofeo de caza y como prueba de éxito a una mujer 23 años menor que él, mientras que la extrañeza, el escándalo y la reprobación invaden a la opinión pública, cuando Emmanuel Macron va de lado con una mujer 24 años mayor que él.

La moda atrevida, arriesgada, sexy, vistosa..., está socialmente reservada a la juventud –especialmente desde la revolución juvenil de los años 60–, hasta el punto de que la gente mayor queda totalmente excluida del público objetivo al que se dirigen la mayoría de marcas. A partir de cierta edad, simplemente se espera de la gente mayor que se diluya en la masa con colores oscuros, que desdibuja su silueta no normativa con piezas holgadas y que muestre lo menos posible de una piel flácida y arrugada por el paso del tiempo. Todo ello regido por la discreción, moderación o contención. Y cuando esto no se cumple, ya nos encargamos de poner a todo el mundo en su sitio, con expresiones como: “¿Pero qué se ha creído esta vestida como si fuera joven?”

Cada vez más, ciertas marcas incluyen modelos con corporalidades diversas, como medida para ampliar los límites de los estereotipos estéticos, pero que a su vez hacen plantearnos ciertas consideraciones. En primer lugar, las modelos de edad avanzada, como sucede con el resto, cuentan con un físico privilegiado, muy alejado de la realidad de los cuerpos de su edad. Por tanto, lejos de hacer que la belleza sea más inclusiva, corremos el riesgo de, simplemente, estar creando otro ideal estético inalcanzable para la gente mayor. De forma paralela, cada vez más famosos que orbitan los 80 años protagonizan campañas de moda, como Anthony Hopkins (84), Lynda Benglis (80) y Maggie Smith (88) para Loewe, Vanessa Redgrave (79) para Gucci o la propia Iris Apfel (100) para H&M. Un hecho claramente positivo, pero que nos lleva a pensar que el edadismo también está atravesado por el sesgo de clase, puesto que solemos ser más permisivos con los cuerpos no normativos, cuando éstos gozan de una posición de privilegio social.

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