El viaje

De viaje a Dakar: "O la odias o te enamoras"

La primera impresión que ofrece la capital de Senegal es la de un inmenso mercado que no tiene fin: sus calles son un hervidero donde todo se vende y se compra en un aparente caos organizado que vamos a desgranar. También brinda monumentos excepcionales, como la Gran Mezquita, o enclaves preciosos, como la isla de Gorée, con un pasado muy oscuro

Un hombre hace ejercicios en la mezquita de la Divinidad de Dakar.
Lucas Vallecillos
06/08/2023
7 min

Dakar se extiende a lo largo de la península de Cabo Verde. Y, a grandes rasgos, por situarnos, está dividida en tres zonas bien diferenciadas. El centro, denominado Plateau, que alberga los principales edificios gubernamentales, los bancos y las sedes de importantes multinacionales. Medina, donde tiene lugar el estilo de vida más autóctono y original. Y la Corniche –la Cornisa–, que comprende toda la costa de la capital, donde se encuentran las playas y el puerto pesquero.

Como casi todas las grandes capitales de África, puede provocar en la conciencia del viajero sensaciones que conduzcan a la contradicción. “Dakar, o la odias o te enamoras”, dice el taxista que me conduce del aeropuerto al hotel después de llevar 15 minutos parados en un atasco. Como es normal, presenta los problemas de una gran ciudad carente de infraestructuras suficientes, pero es muy conocida entre los viajeros por lo bien que representa uno de los mejores ejemplos de fusión cultural entre Europa y África, por cómo los dos conceptos de vida se dan la mano y dan lugar a una atmósfera muy placentera. Esto es debido a que, históricamente, e incluso en la actualidad, el puerto de la capital de Senegal ha sido la entrada de mercancías y viajeros en África occidental. Por ahí han pasado a lo largo de muchos siglos el grueso de las relaciones culturales entre Europa y esa parte del continente.

Vida, color y sorpresas

El principal atractivo que brinda la ciudad al visitante son sus mercados, rebosantes de vida, color y sorpresas. En torno a ellos se genera una gran actividad que fluye hasta cada rincón de Dakar. Tomando como punto de partida la plaza Indépendance, el corazón de Plateau, y siguiendo por la avenida Pompidou o Ponty, como la denominan los autóctonos, se llega a la avenida Président Lamine-Guèye, donde se despliega el mayor mercado de la ciudad, el de Sandaga. El ambiente que hay es uno de los más auténticos: las tiendas de souvenirs destinados a los turistas brillan por su ausencia.

El mercado de Sandaga, en Dakar.

El gran interés que tiene Sandaga es poder ver cómo es la vida cotidiana en un mercado moderno africano, donde se venden todo tipo de mercancías: desde una camiseta del Athletic Club de Bilbao hasta telas estampadas que se compran por metros, pasando por todo tipo de artículos de primera necesidad. Muchos viajeros aprovechan para adquirir aquí ropa elaborada por sastres locales a precios muy interesantes. Por poner un pequeño ejemplo, unas sandalias artesanales de piel de un diseño actual rondan los 6 euros. Antes de abandonar la zona, resulta interesante dar una vuelta sin prisas por Ponty. Es una arteria emblemática que alberga a los restaurantes y bares líderes de la ciudad, donde se puede comer un asado argentino o tomar una cerveza en una taberna alemana: hay muy buenas opciones para recuperar fuerzas durante un día de intenso calor en Dakar.

Tomando otra vez como referencia la plaza del Indépendance, después de andar unos 5 minutos desde su cara este, por la calle Le Dantec, se llega al mercado de Kermel, situado en un singular edificio de origen colonial. En 1993 sufrió un gran incendio. De hecho, muchos viajeros veteranos afirman con nostalgia que no ha recuperado de nuevo el esplendor de antaño. Pero, volviendo a la actualidad, cabe decir que está dividido en dos zonas muy diferenciadas: el interior y el exterior. En el interior del edificio hay un mercado de víveres similar a los nuestros, donde comprar productos frescos como verduras, carne o pescado, que suele ser muy concurrido por multitudes de gente en busca de materias primas para la cocina. En el exterior, en la calle, hay una inmensa parada muy popular donde comer platos autóctonos y numerosas paradas más en las que se ofrece artesanía local, sobre todo máscaras cortadas en madera.

El arte del regateo

Llegados a este punto es necesario realizar una pequeña anotación. En Senegal el regateo es necesario para casi todo, tanto para extranjeros como para la población local. Por el simple hecho de ser turistas todo lo que nos ofrecerán será por lo menos al doble de precio de lo que un nacional paga. Es normal que nos ofrezcan precios 4 o 5 veces más caros respecto a su valor razonable. Hay que acostumbrarse a regatear casi todo. Otra opción es pagar lo que nos piden y disfrutar del viaje. Aunque lo razonable, para equilibrar nuestro poder adquisitivo y las desmedidas pretensiones de los vendedores, es dejarnos engañar un poco y pagar la mitad de lo que nos piden. Siempre pagaremos mucho más que un senegalés, pero dentro del juicio.

Desde Kermel, por la calle Dagorne, se llega al mercado del puerto de Soumbédioune, conocido con el nombre de Village artisanal, un invento reciente destinado a turistas que ofrece todo tipo de artesanía y souvenirs en un ambiente carente de autenticidad. Una solución práctica para el turista moderno, que siempre tiene prisas.

Embarcaciones de pescadores que nutren el mercado de pescado del puerto de Soumbédioune.

Los precios son más caros que en cualquier otro sitio, pero, a cambio, en un mismo mercado podrá encontrar todos los productos tradicionales, que en la ciudad están dispersos en varios mercados. El verdadero punto de interés del sitio es el mercado del pescado que hay junto al Village artisanal, en la playa contigua, donde cientos de inmensos cayucos pintados de colores espectaculares llegan cada tarde con sus capturas para subastarlas. Todo un espectáculo visual. Para tomar fotografías, hay que hacerlo con mucho respeto o, mejor, preguntar primero. La pesca en este sitio está en manos de la etnia Lebu, que son poco amigos de ser retratados. También se puede ver en los alrededores un astillero, donde los pescadores reparan y pintan los cascos de sus bellísimas cayucos.

Estación decadente

Muy cerca, en la plaza Tirailleurs, se levanta la estación de tren, en estado decadente pero con una apariencia elegante a pesar de no recibir los cuidados necesarios para conservarse correctamente. Y junto a él está el pequeño pero encantador mercado Malien. Muy pintoresco y al aire libre, toma el nombre de su especialización en la venta de productos de alimentación y de artesanía de Mali, que llegaban en el expreso procedente de Bamako. En la actualidad la conexión ferroviaria está detenida por motivos técnicos, y el mercado ha perdido la alegría desbordante que adquiría las horas posteriores a la llegada del tren, pero sigue manteniendo su esencia y se abastece por otras vías.

El mercado de Malien.

En la Medina, la parte más africana de la ciudad, se encuentra el mercado de Tilène. Se trata de un sitio especial y quizá el mercado con la oferta de alimentación más amplia de Dakar: sorprenden la mezcla de productos en los establecimientos y los colores de las tiendas de verdura. Tras visitar el mercado, un plan interesante es aventurarse sin rumbo en la Medina, el barrio más popular y animado de la ciudad. No busque en este barrio algo similar a una medina árabe, porque no tiene nada que ver. Es un entramado de calles carentes de asfalto que adquieren su momento más animado durante la tarde, cuando los niños juegan a pelota en la calle, las ovejas atadas a una farola beben agua de bañeras viejas que hacen de abrevaderos o grupos de amigos conversan formando pequeños círculos. Hay un ambiente muy familiar que nada tiene que ver con el barrio de Plateau. De hecho, todavía es posible encontrar casas de estilo tradicional, con las habitaciones organizadas en torno a un gran patio central que suele tener un árbol en el centro.

La isla de los esclavos

Pese a ser un gran mercado, Dakar es mucho más que eso. Tiene una interesante catedral que data de 1929 y que fue erigida por el abad Daniel Brottier. Y también una preciosa mezquita en la avenida Malick Sy, que puede ser visitada por personas no musulmanas. El templo toma como referencia las líneas arquitectónicas del diseño de la gran mezquita de Casablanca.

Otro emplazamiento digno de visitar es la isla de Gorée, que está declarada Patrimonio de la Humanidad. Es necesario dedicarle una mañana o una tarde enteras, porque requiere un pequeño viaje en ferry de unos 20 minutos. La isla fue uno de los primeros asentamientos europeos en esta parte de África y es conocida como la isla de los esclavos porque durante más de tres siglos fue un puerto negrero. En la isla no hay coches y tiene una atractiva arquitectura colonial. Las dos construcciones más emblemáticas son el fuerte de Estrées, que se ha transformado en un sencillo museo de historia, y la Maison des Esclaves –la Casa de los Esclavos–, que es, para la mayoría de turistas, el motivo de la visita a la isla.

A esta casa llegaban personas capturadas en sus poblados, que eran engordadas hasta adquirir el peso idóneo para resistir el viaje hasta América. Entonces eran metidas en barcos que participaban en uno de los negocios más lucrativos y vergonzosos que ha practicado la humanidad: el tráfico de personas. De los puertos europeos zarpaban barcos cargados con bienes manufacturados que iban a la costas africanas, donde se intercambiaban por esclavos capturados por organizaciones autóctonas.

Luego atravesaban el Atlántico para vender a los esclavos por materias primas americanas, que eran transportadas a Europa. Este triángulo dibujado por esta fatídica ruta comercial, en la que cada parada significaba una gran ganancia económica, generó una riqueza sin precedentes y fue uno de los principales motores de la Revolución Industrial. De la Maison des Esclaves se estima que partieron unas 60.000 personas, que vivieron en régimen de esclavitud y que nunca más volvieron a su tierra.

Puesta de sol maravillosa

De vuelta a Dakar, la mejor manera de despedirnos de la capital de Senegal es dando un relajado paseo por la Corniche oeste al atardecer, para disfrutar de la animación de sus playas, que se llenan de gente haciendo todo tipo actividades deportivas.

El paseo conduce hasta la imponente mezquita de la Divinidad, frente al mar, que presenta una de las estampas urbanas más espectaculares de todo Senegal. Desde aquí es muy recomendable tomar un taxi, que por unos 2000 CFA (unos 3 €) nos llevará hasta el próximo Monumento del Renacimiento Africano. Se trata de una faraónica escultura erigida sobre una colina por Pierre Goudiaby a la que acuden cada tarde cientos de personas para disfrutar de su famosa puesta de sol, que suele dibujar un maravilloso cielo de tonos ocres sobre los tejados de Dakar. Es sin duda un goce visual maravilloso.

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