Vots para hacer frente a la crisis pandémica y democrática
Más de cinco millones y medio de catalanes están llamados a las urnas este domingo en una convocatoria electoral excepcional marcada por una pandemia y una crisis económica mundiales y por la existencia, a pesar del marco democrático, de presos y exiliados políticos. La suma de estos dos factores convierte la cita de este 14-F para decidir el Parlament de Catalunya en la más extraña de la democracia. Además, la fecha ha sido impuesta, contra el criterio del Govern y de la comunidad médica, por el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, que no aceptó el aplazamiento previsto. Unas elecciones convocadas por los jueces suponen, pues, otro factor de distorsión. Y todavía podemos añadir otro elemento de complejidad fruto del convulso e inestable panorama político de la última década, con un sistema de partidos inestable, pendiente de definición: la existencia de nueve formaciones con posibilidades de obtener representación en el Parc de la Ciutadella.
Todo ello hace que la jornada de hoy sea más incierta que nunca. Las encuestas dan a entender una baja participación y un resultado muy igualado, tanto entre los partidos que se disputan la victoria (ERC, JxCat y PSC) como entre el resto de formaciones (Cs, ECP, CUP, Vox y PP). Y a esta incertidumbre se añade la incógnita del PDECat, que aspira a dar la sorpresa.
Lo que parece incontestable es que la victoria, sea para quién sea, no permitirá a nadie gobernar en solitario. El ejercicio del realismo democrático obligará a buscar pactos y consensos para sacar adelante el país. Hará falta, por lo tanto, mucha inteligencia y humildad por dirigir la victoria, que por muy legítima que sea –y no se trata de discutirla, ni mucho menos– solo tendrá detrás un fragmento pequeño de la ciudadanía si, como todo hace prever, hay una indeseada baja participación y una alta dispersión del voto.
Así pues, ante el momento crítico que vive el país, con la gravísima crisis pandémica (que es sanitaria, económica y social) y con la no menos preocupante crisis democrática (con una persistente represión que ya va más allá incluso del independentismo), hay que pedir la máxima responsabilidad a la clase política para gestionar unos resultados que pueden ser complejos y que no tendrían que llevar a una repetición electoral. Y, en cuanto a la ciudadanía, hay que pedirle que, a pesar de las decepciones y el cansancio, y a pesar de los lógicos miedos por el covid, no desfallezca a la hora de ejercer su derecho al voto, que al fin y al cabo es la manera más directa que todos tenemos de fortalecer el sistema democrático y, en definitiva, el país. No votar es tirar la toalla, es renunciar a la propia voz. No nos lo podemos permitir.