Yo lo que quiero es estar presente
Esta idea tan sencilla ha demostrado ser más difícil de llevar a cabo y más perjudicial de lo que parecía
BarcelonaSiempre he pensado que es imposible no equivocarse ejerciendo de padre. Cómo es imposible no equivocarse haciendo cualquier cosa. Y aunque nos gustaría pensar que podremos hacerlo todo bien, la realidad es que hay muy pocas cosas en la vida que se puedan controlar del todo, y la crianza de los hijos, afortunadamente, también es una de ellas. Una vez quedó claro que lo de ser un padre perfecto no es una buena idea, decidí que sería un padre presente. Es decir, que estaría. A veces para acertarla o a veces para equivocarme, pero acompañaría a mis hijos en esta aventura. Y que la gozaría, y que cuando se hicieran mayores ya me harían los reproches oportunos.
Estar presente me hace feliz. Me hace feliz no perderme ni un solo partido de fútbol de mi hijo, me hace feliz montar por enésima vez el mismo rompecabezas con mi hija, me hace feliz hacer al animal con ellos en el sofá, leerles cuentos, ir a una exposición, mirar películas juntos, acompañarlos a la escuela, ir a buscarlos. Incluso me hace feliz hacer con ellos cosas que no me gusta hacer, como ir con ellos a un parque de atracciones, ir a conciertos masificados o pasar horas en el arenal del parque. Porque los miro, los veo felices y pienso que qué suerte que tengo de estar allí. Qué suerte tengo de estar todos los días y darles el beso de buenas noches.
Pero muchas de estas actividades no las hago en el mejor estado posible. Voy a los partidos de fútbol con una migraña que me perfora la cabeza con insistencia, estoy montando puzzles pero he perdido la cuenta de las tazas de café que me he tomado para no quedarme dormido entre pieza y pieza. Hago el animal en el sofá pero tengo que vigilar porque no estoy precisamente en forma y un mal gesto puede rematar las cervicales. Y en mi cabeza, mientras hago todas estas actividades, también hay, omnipresente, en la recámara del cerebro, todo el trabajo que tengo pendiente de hacer y que he dejado a medias justamente porque he decidido estar allí.
I lo hago, claro. Cuando los niños ya duermen. Escribo artículos con la migraña estallando en el cerebro (ahora con la clásica aura que hace que me moleste la luz). Preparo guiones poniéndome los dedos en las sienes. Y más café, claro. Para llegar a escribir los correos electrónicos que debo enviar hoy a toda costa. Llegar a la fecha de entrega. Y a mi lado, mi mujer, también sentada frente al ordenador, en la misma situación que yo. Y después poner lavadoras, preparar la ropa de los niños para el día siguiente, que toca piscina, y un largo etcétera de tareas universales que realizamos en horario nocturno.
"Tenéis que cuidaros"
Cuando alguna vez explicas estas circunstancias a personas cercanas todo el mundo te viene con la historia del “tenéis que cuidaros”. Como si no supiéramos. El problema es que, tal y como funciona el mundo actual, debes sacrificar algo: o tiempo para trabajar, o tiempo para los niños o tiempo para nosotros. Adivina cuál es la que sacrificamos. Y todo ello, con el sentimiento de culpa que quizá sea cosa nuestra, que no nos sabemos organizar bien. Nuestros padres podían con esto y más. Y ellos también estaban allí. ¿Por qué no podemos estar nosotros también? Pero al mismo tiempo con la certeza de que, organizaciones familiares aparte, quien se lleva la mayor porción de nuestras vidas son nuestros trabajos respectivos.
Como somos conscientes de que la situación es insostenible a largo plazo, cada cierto tiempo nos preguntamos cómo podemos resolverla. ¿Cómo hacerlo para estar sin que esto implique dejar la piel o la salud? A estas conversaciones le dedicamos, irónicamente, aún más tiempo de ese que no tenemos. Últimamente, estoy aprendiendo a no estar. A renunciar voluntariamente a tiempo que podría estar con ellos. A no ir a tal actividad, o a tal otra, a dividirnos. Pero me cuesta porque si bien hay un momento en que se hacen mayores y toca dejarles espacio y estar menos presente, tener que estar menos ahora, cuando ellos quieren que estés, es contra naturaleza. Y porque si hay una certeza en la vida es que pasa deprisa. Y estarme perdiendo momentos de las vidas de mis hijos me duele. Mi plan era poder equivocarme, o acertarla, pero no tener que renunciar a estar ahí.