220930 Turismo , La Seu , fotos , selfies IB 01
25/07/2024
3 min

Las vacaciones no son ya vacaciones. No sé cómo deberían decirse, pero sé que diciendo lo que digo me dejo llevar por la nostalgia de un pasado que, en términos de veraneo, sí que era mejor. O nos hacemos mayores a marchas forzadas. Pero la realidad es que ya no podemos volver a aquellos veranos que se marchabas donde estuviera, el turismo no estaba mal visto ni te podías permitir aviones, y desconectabas de verdad. Quedan muy lejos, esas vacaciones. De hecho, han terminado. Porque incluso si no marchabas a ninguna parte, desconectabas de verdad. Ahora hemos acostumbrado a estar siempre disponibles y que los demás lo estén para nosotros. Necesitamos que todo se responda con rapidez, ya sea un tema de trabajo, una cuestión doméstica o uno te quiero dicho a horas intempestivas. Nos atacamos por whats, mails, llamadas, instagrams, y twitters que ya no se llaman twitter. No hay ninguna urgencia, pero todo parece que debe ser dicho hoy, ahora. Ya no buscamos monedas ni cabinas para realizar una llamada. Ya no nos enviamos postales ni cartas que nos llenaban un rato del viaje, cuando había que comprar sellos y encontrar los buzones. Cuando te sentabas y pensabas lo que ponías a cada pariente o amiga. Cuando la cabina funcionaba decíamos "hace un poco de frío, pero estamos comiendo bien y esto de aquí es muy bonito". Y cuando volvías quedabas y te contabas las vacaciones. Si tenías suerte y habías hecho el camino correcto de las amistades, no había nadie que te enseñara fotos durante toda la tarde. Ahora casi nos haría ilusión tener esa pesada excusa para compartir algún misterio. Se han desvanecido. Todas las fotos están colgadas en el Insta y si ha quedado algo para enseñar la veremos colgada en septiembre con un comentario del estilo “¡que lejos me quedan ya las vacaciones!”. Porque cuando terminamos esta pausa ya estamos pensando en la siguiente y, sobre todo, en cómo llenar las redes de menús y de pies sucios de verano. Lo llamamos pausa, pero nunca paramos porque si lo hacemos, tenemos miedo de que nos olviden, y si nos olvidan, desaparecemos. Y esto no podemos soportarlo. Así que corremos a estar en los lugares que toca para colgar fotos, no sea que no competimos también durante las vacaciones y no tengamos esa imagen que ya tiene todo el mundo y que, francamente, aburre. Pero nadie está obligado a ser original. Tenemos miedo de que si no nos manifestamos, piensen que nos ha pasado algo. Es un temor infundado porque las enfermedades y muertes también son convenientemente relatadas. No lo juzgo. Cada uno es libre de explicar los placeres y sufrimientos que crea oportunos. La vida está llena de todo. La intimidad es también analógica.

Hacemos ver que tenemos rutinas nuevas, pero, con suerte, sólo hemos cambiado el paisaje. La gente en la playa habla por teléfono de cosas banales, es incapaz de posponer conversaciones que no son necesarias y, menos aún, de silenciar palabras que suenan a todo volumen mientras rompen las olas. Desconectar es prácticamente imposible, es un mundo que ya no existe. Y se hace mucho más patente cuando detenemos el ritmo habitual, aunque sea para elegir otro. El móvil da mucha más pereza que habitualmente. Hablo por mí. Pero hemos aprendido a comunicarnos así. Sin límites. Sin vacaciones. Comunicarnos es lo más importante ya lo largo del tiempo lo hemos hecho de diversas maneras. Un día nos pusieron delante un móvil y lo aceptamos cómo hemos aceptado que las empresas energéticas nos traten mal por defecto. Necesitamos la energía y necesitamos comunicarnos. Da miedo vernos tan corderos ante las necesidades. Es impactante pensar que ahora mismo, apagar, es tan radical que asusta.

Buen verano a todo el mundo. Aquí cerramos hasta septiembre.

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