Ahora toca pesimismo

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Ahora toca pesimismo

Al parecer, en el serial sobre la investidura de Sánchez esta semana toca pesimismo. No me refiero a la realidad, sino al relato. La realidad no la sé, aunque la intuyo: creo que habrá acuerdo entre PSOE e independentistas, y que la base del acuerdo será la amnistía. Sánchez y sus altavoces hablan ya de ello con cierta naturalidad, y al hacerlo asumen un desgaste que no se entendería si se plantearan una repetición electoral. Además, los aspavientos del PP ayudan al PSOE a modelar el mensaje de que la amnistía es una concesión enorme y de que los independentistas deben conformarse.

Por eso a Junts y ERC les toca alimentar el pesimismo. Sobre todo ERC, que necesita salir del eclipse total en el que le ha situado el protagonismo de Puigdemont. Así, mientras que Junqueras mantuvo una larga y publicitada conversación telefónica con Sánchez, el president Aragonès reclamó su sitio bajo los focos compareciendo en el Senado, con un discurso de consumo interno, reivindicando de nuevo el referéndum de independencia; en Madrid, algunos dijeron que este era el primer acto de precampaña de los republicanos. En realidad, la aparición de Aragonès era una reivindicación personal. Frente a Puigdemont, pero también frente a Junqueras, a quien algunos sitúan como próximo candidato a president (si la amnistía se lo permite).

ERC ve con preocupación cómo su obra de gobierno, pese a algunos activos apreciables, no acaba de penetrar en la opinión pública, y además necesita a un socio para aprobar los próximos presupuestos, lo que condiciona su política, tanto en Barcelona como en Madrid. Si a ese panorama se añaden las dudas sobre la candidatura de Aragonès (dudas que nadie en el partido parece interesado en silenciar), todo apunta a que los republicanos afrontarán un final de mandato complicado.

Puigdemont puede permitirse ser mucho más discreto, porque sabe que los votos realmente decisivos (realmente en cuestión) son los suyos; y esta discreción se la ha impuesto a todas las familias de su partido, lo que demuestra que la distancia forzada por el exilio no ha minado su capacidad de liderazgo. Ahora bien: si de todo esto emerge un líder de Junts, a la fuerza se difuminará la figura del “presidente en el exilio”, autoerigido en representante de todo el independentismo. No es de extrañar que quienes con buena fe apostaron por el Consell de la República se sientan ahora utilizados y desoídos por la corte de Waterloo.

Sin duda, Puigdemont puede reivindicar que él no fue despojado por las urnas, sino por el 155. Si hay amnistía, en su caso tomará todo el aire de una reparación histórica. Pero el regreso de Puigdemont a la arena política catalana desmontará la épica del exilio y su estructura institucional paralela, que básicamente ha servido para cuestionar la legitimidad de la Generalitat, cuestionar el patriotismo de casi todos y arremeter contra el diálogo... hasta que la aritmética ha permitido a Junts ser protagonista.

Como escribí hace algunas semanas, en esta investidura no está en juego la independencia, sino la posibilidad de que el independentismo se apunte un buen éxito. Con la amnistía, pero también con mejoras financieras, simbólicas, competenciales. No entender esto es la vía más rápida hacia el ostracismo.

PS: ¿Volveremos a ver a Junqueras y Puigdemont en una contienda electoral? Ambos son –políticamente– jóvenes, y ambos tienen la sensación de que la historia les ha robado algo. Se puede entender que anhelen una segunda oportunidad. Pero necesitarán pasar página. Si su regreso a la primera línea supone volver al 2017, a los reproches interminables, a las incompatibilidades personales, el soberanismo saldrá perjudicado durante bastante tiempo.

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