Ha sido lamentarse de que le están robando el relato y que no paren de filtrarse fotos y audios devastadores para lo que quedara de la reputación de Juan Carlos de Borbón. En el capítulo de este jueves, el rey reconoce ante su amante Bárbara Rey el mérito del general Armada, que pese a haber pasado siete años en prisión condenado por el golpe de estado del 23-F guardó un leal silencio, lo que vuelve a proyectar dudas fundamentadas sobre el papel de defensor de la democracia que al monarca le reservó la hagiografía oficial.
En realidad no hay nada nuevo. Hace dos años, la HBO emitió el documental Salvar al rey, en el que aparecían tres hombres mayores, presentados como ex agentes del Cesid, que afirmaban bien tranquilos: “El rey está totalmente implicado en el golpe de estado del 23-F” o “Cuando el golpe fracasa, una operación de gran inteligencia eligencia hace que el rey pase de ser el motor de un fracaso a salvador de la democracia”.
La comedia en relación con la monarquía española, pues, no puede ser mayor. Corrupción y colpismo en una misma hoja de servicios. Pero el monarca es la clave de bóveda de la arquitectura constitucional y, sobre todo, permite una ilusión de unidad de España a perpetuidad, y esto son ventajas políticas y económicas (por lo de la estabilidad) que superan de mucho los inconvenientes morales que no han parado de aflorar. Si la corrupción y los intereses inconfesables de todo tipo son una tentación para gobernantes que deben pasar cada cuatro años por las urnas, ¿qué no serán para un rey políticamente irresponsable que lo único que debe hacer es pasar la corona a los suyos herederos. Al menos que se ahorren los discursos dando lecciones, como el de hace siete años.