Sobre si el alcohol es droga y sobre si el vino es sólo alcohol
El otro día, el editorial del ARA hablaba de un problema gravísimo: Cataluña encabeza –en otras cosas no– el consumo de droga mundial. Leíamos: "¿Qué se ha hecho del «No a la droga» de hace unas décadas? ¿Hay cierta frivolidad a la hora de hablar de ello. El tabaco está afortunadamente estigmatizado, y el alcohol cada vez más. Sobre el abuso de los ansiolíticos (también aquí somos líderes mundiales en consumo). asociada a una drogadicción dura y marginal, está en retroceso. En cambio, la cocaína, vinculada al éxito glamuroso (económico, artístico), lejos de crear alarma social, circula con impunidad".
Todo lo que dice este párrafo no puede ser más verdad. Ahora bien, cuando decimos "alcohol" decimos cerveza, decimos vodka y decimos vino. Y no son, en absoluto, lo mismo. Diría que el vino, por la historia del Mediterráneo, por la cultura cristiana, por el paisaje inigualable de cepas que han vivido más que nosotros, no es exactamente lo mismo que un cubata, con todos los respetos por ellos, que los adoro, o que una cerveza, con todos los respetos por ella, que lo adoro.
El vino es cultura, lo repetimos, porque el vino son campesinos y campesinas manteniendo un paisaje que les ha sido cedido y que cederán, son enólogos y enólogas haciendo magia, embotellando trocitos de tierra y de piedra, son sumilleres destapando lo que hace tanto tiempo alguien va tapando. Imagínense que en la Santa Cena Jesucristo hubiera ofrecido su sangre al cáliz y Pedro hubiera dicho: "¡Hosti, tú, catorce grados! Yo eso no me lo pico, prefiero un refresco que debo conducir la cuádriga". Y que Lucas hubiera replicado: "Se empieza bebiendo tu sangre y se acaba fatal. ¿No tienes nada desalcoholizado?" Y Marc, puestos a hacer, habría añadido: "¡Y el pan tiene gluten!"
Sólo María Magdalena, escondida, lo cataría en un rincón para acabar diciendo: "A ciegas, yo digo que es un Sangre de Toro".