El vigésimo aniversario del 11-M debería servir de algo más que para recordar el minuto a minuto de aquellos cuatro días dramáticos del 2004. También habría que pasar página del debate de si el “ha sido ETA” del PP fue la primera gran fake news gubernamental de la España democrática. Por supuesto que lo fue. Lo que nos conviene es poner esos hechos en su contexto. El 11-M fue horrible, porque esa semana hubo, de hecho, dos explosiones. La de los trenes, con sus cerca de 200 muertos, y la de la olla de presión en la que José María Aznar había convertido la vida social y política española desde que había ganado por mayoría absoluta en el 2000. Las paredes de aquella cámara ya no aguantaron más atmósferas como las que insuflaba Aznar cada día con su planteamiento divisivo y reventaron despedazadas, primero al grito de “¿quién ha sido?” y finalmente con el vuelco electoral espectacular en las urnas.
En aquellos cuatro años, para el gobierno español todo era ETA, la Guerra de Irak era justa, Urdaci era el jefe de informativos de TVE, hicieron decir al rey que “nunca a nadie se le obligó a hablar en castellano” y demonizó el diálogo que pedía Nierga cuando tuvo lugar el asesinato de Ernest Lluch. Aznar convirtió su paso por la Moncloa en una guerra cultural de la derecha, que debía recuperar lo suyo por derecho de conquista y hacer volver a España una ilusión de potencia transatlántica a golpes de Ibex 35 y fotos en las Azores. Cinco días antes de los atentados, Aznar dijo en un mitin: "O hay un gobierno del PP o hay una coalición de pancartas, de Zapatero, de comunistas e independentistas que comen cada mañana para desayunar galletas de rencor y de odio" .
Si les parece que la frase podría ser pronunciada hoy, veinte años después, es porque esa guerra cultural continúa, de modo que en España mande el PP (“quien pueda hacer algo, que lo haga”) incluso cuando gobierna el PSOE.