El amigo americano

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El presidente de los EEUU, joe biden es recibido a la Moncloa por Pedro Sánchez

Hace cuarenta años, en 1982, la España socialista de Felipe González, en un ejercicio de pragmatismo ideológico, se deshizo del lastre antiamericano que había pesado y todavía pesaba entonces en todo el antifranquismo para integrarse en la OTAN como paso previo a su posterior entrada en la entonces Comunidad Económica Europea, la actual UE, y completar así su normalización como democracia liberal occidental. Hace veinte años, un José M. Aznar (PP) con aires de grandeza quiso otorgar al país un rol atlantista preponderante, primero en 2001 con un pacto bilateral con el republicano Bush hijo y, después, en el contexto de la guerra de Irak, con el pacto de las Azores del 2003 con el propio Bush y con el premier británico laborista Tony Blair. Un trío que acabó desacreditado cuando con el tiempo se demostró la falsedad de los documentos que supuestamente probaban la existencia de armas de destrucción masiva en manos de Sadam Husein.

Ahora, dos décadas después, Pedro Sánchez busca de nuevo fortalecer la relación con los Estados Unidos con un acuerdo bilateral, firmado en Madrid con el demócrata Joe Biden. Un pacto que supone, entre otras cosas, la concreción de más presencia de destructores norteamericanos en la base naval de Rota. Este entendimiento llega en un momento crucial de guerra en Europa, con el ataque de la Rusia de Putin sobre Ucrania y, por extensión, la amenaza de Moscú sobre todo el este del continente, y los consiguientes graves problemas de suministro energético. Sánchez está decidido a jugar sin complejos sus cartas de potencia media con una buena situación geoestratégica al sur del continente. Y más con la oportunidad de acoger una cumbre decisiva de la OTAN en Madrid. Sus objetivos, diáfanos, son aprovechar la ocasión para reforzar su papel en la política militar continental (por ejemplo, ha rechazado de lleno participar ni siquiera como oyente en la cumbre antinuclear de Viena) y para afianzar su posición de "socio indispensable" para EE.UU., tal como el mismo presidente norteamericano ha dejado claro.

La jugada le habría salido redonda si no fuera por el patinazo promarroquí con el asunto del Sáhara, que le ha supuesto una delicada ruptura con Argelia (proveedor estratégico mundial de gas) y que ahora ha llevado el escándalo de los migrantes muertos en la valla melillense en connivencia, de nuevo, con Marruecos. La ONU ya ha pedido explicaciones a España, y la Fiscalía del Estado finalmente se ha decidido a abrir diligencias. En el mismo acuerdo con EE.UU. se afirma que "ambos países tienen la intención de colaborar en un enfoque integral para la gestión de flujos migratorios irregulares que garantice un trato justo y humano a los migrantes". Si algo se ha dado en Melilla, sin duda, es un trato humano.

Así pues, Sánchez saldrá de la cumbre de la OTAN con un regusto agridulce y con una gestión interior nada fácil. Dada la incomodidad de Unidas Podemos con la apuesta militarista norteamericana, si quiere que el acuerdo con Biden reciba el acuerdo del Congreso, probablemente tendrá que buscar de nuevo geometrías variables mirando hacia la derecha. Y si quiere superar la soledad en que se ha quedado a raíz de la crisis de Melilla, la contorsión todavía tendrá que ser más espectacular.

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