Amnistía y un preso en el Parlament

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Josep Rull es elegido presidente del Parlament de Catalunya

Cuando fue muerto lo comulgaron. Una vez conseguida la proeza de perder la mayoría en el Parlament, los partidos independentistas catalanes se han puesto de acuerdo en hacer presidente del propio Parlament Josep Rull.

Rull es uno de los presos políticos del Proceso, uno que se tragó casi cuatro años de cárcel y ese juicio impresentablemente político que los medios y los grandes partidos políticos españolistas quisieron vender como la gran prueba de estrés de la democracia española. Y bueno, estrés sí hubo; de democracia, más bien poca. Fiscales del Supremo tan descaradamente parciales que, con la sentencia ya firme, alguno de ellos aún hacía declaraciones lamentando que la sentencia debía haber condenado por rebelión y, por tanto, ser aún más dura. Testigos que mentían sin reparos, una acusación particular en manos de la extrema derecha, obstrucciones en el trabajo de los observadores internacionales, un juez Marchena erigiéndose en campeón del cinismo, etc. Después vinieron las protestas por la sentencia, que llevaron más lawfare, más acusaciones falsas (también de terrorismo), detenciones, exilios.

Sin embargo, buena parte del independentismo prefirió entrar en una larga fase en la que los presos eran insultados, menospreciados y tratados de cobardes o de haber claudicado y entregarse a la justicia española. También había quien deyectaba a los exiliados, acusándoles, para variar, de haber salido piernas ayúdame, en vez de quedarse a defender ideas y posicionamientos y afrontar las consecuencias. En total, quedó un inacabable panorama de cobardes, traidores, arribistas y tontitos, de donde sobresalían una escasa cantera de voces que se presentaban a sí mismas como lúcidas, valientes, íntegras y patrióticas. Todo esto ha acabado degenerando hasta la situación actual, en la que los partidos independentistas han perdido un millón y medio de votos en las elecciones al Parlament y un millón en las europeas, llegando a congriar una formación de extrema derecha genuinamente catalana ( de Ripoll, sin embargo) y algunos otros experimentos grotescos. También se ha extendido un amargo sentimiento de desmoralización colectiva que se traduce en unas pesadísimas murgas sobre la muerte del país, de la lengua, del pueblo catalán, etc. Miedo, desconfianza, rencor. Mal asunto.

En medio de todo esto entra en vigor la ley de amnistía, que ha llegado a sufrir obstáculos incluso de los propios beneficiarios. Nadie parece querer celebrarlo, porque también será de tontos y traidores, pero evidentemente, en la situación a la que se había llegado, es una gran victoria democrática y un punto de partida para dejar atrás tanta bilis y trabajar mirando adelante . Obviamente, los jueces y todos los repartidores de leña del nacionalismo español intentarán hacerlo imposible: pero ésta es una parte, y otra depende de los catalanes, empezando por los partidos independentistas. Rull, político dialogante, puede ser un buen presidente de Parlament, en la mejor tradición de la derecha catalana (también tienen buenas tradiciones). Y bien llegada la amnistía, por fin.

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