La ampliación de El Prat y Cercanías

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Un tren de cercanías Barcelona-Vic

El acuerdo de ampliación del aeropuerto del Prat y de interconexión con el AVE de los tres aeropuertos catalanes, logrado entre la ministra y el conseller competentes en materia de Transportes e Infraestructuras, ha levantado pasiones. Para unos, es la inversión indispensable para el relanzamiento económico catalán y su primera prioridad. Para otros, una violación de los principios de protección medioambiental, que cruza una línea roja. Por otro lado, los hay que lo consideran una muestra del ambiente político más relajado que el nuevo gobierno central está consiguiendo. En el polo opuesto están los que critican que se haya desaprovechado la ocasión para pedir lo que realmente importa, que es la transferencia de la competencia sobre el aeropuerto de El Prat. Hay quien se escandaliza con lo que consideran una tomadura de pelo vistos los precedentes de incumplimientos del gobierno central y, en sentido contrario, los hay que recuerdan la repetida incapacidad catalana para lograr acuerdos internos en materia ferroviaria y aeroportuaria. Añadiré otro punto de vista que he echado de menos: el interés general y las necesidades de los ciudadanos –su bienestar–. 

¿Cuál es la queja más ampliamente oída por la ciudadanía en relación con la red de transportes? El funcionamiento de las cercanías ferroviarias, lo que conocemos como Rodalies Renfe. Afecta anualmente a más de 119 millones de viajeros (último dato del año 2019 del Idescat), maltratados por los retrasos e incidentes ferroviarios. Los retrasos y los incidentes no son culpa de la gestión, que fue transferida a la Generalitat con muchas limitaciones. Son culpa del pésimo estado de las infraestructuras, que no fueron transferidas y que siguen en manos del Estado. La red de Rodalies Renfe es un desastre por su estado de conservación, deplorable, y por la carencia de inversiones para afrontar obras indispensables de desdoblamientos de tramos saturados –como la línea de Montcada a Vic o la de Arenys a Blanes–, la ampliación de la red para atender el crecimiento económico y demográfico del último cuarto de siglo y las más ambiciosas, pero indispensables: hacer posible las conexiones entre comarcas barcelonesas sin tener que pasar siempre por Barcelona.

El mal funcionamiento de Rodalies afecta directamente –y negativamente– a la movilidad laboral, reduciendo el alcance, complicando los movimientos y los tiempos de viaje, rebajando la productividad global de la economía y empobreciendo a trabajadores y empresarios. Además, distorsiona las disponibilidades de vivienda asequible y la encarece. Es un ejemplo de manual de qué significan las restricciones de oferta y de cuán importante es superarlas. Por más que pensemos es difícil encontrar otra restricción cuya superación pueda aportar más crecimiento y más bienestar, combinadas, y con bastante facilidad de planeamiento. Se trata de destinar recursos que son de rendimiento seguro. Todos los especialistas coinciden en este diagnóstico.

Esto es muy conocido desde hace décadas. Aun así, la última vez que el gobierno central invirtió seriamente en Catalunya, durante los gobiernos de Zapatero, lo hizo en alta velocidad y en la segunda terminal del aeropuerto. Ni entonces ni después ha habido inversión en cercanías ferroviarias. De hecho, hace treinta años que no se invierte significativamente en esta red. El problema se va enquistando a la vez que deteriora la cohesión y la pacificación territorial y social del Barcelonés y de todas las comarcas vecinas. ¿Volveremos, ahora, a priorizar las grandes infraestructuras de conectividad a larga distancia por encima de las infraestructuras de proximidad, de movilidad laboral, de estudios, de ocio y personales, que, además, son mucho menos contaminantes que el transporte privado y son mucho más productivas que cualquier alternativa? Parece que sí. Muchos lo justifican por la capacidad de arrastre económico de las grandes infraestructuras. Pero el último cuarto de siglo ha demostrado en cantidad suficiente que si las oportunidades de enriquecimiento no van de la mano de la cohesión social y la distribución de la riqueza, solo resulta en desigualdad, empobrecimiento, devaluación salarial y mucha frustración.

Valdría la pena aprovechar los años de dudas, vacilaciones, conflictos, promesas y traiciones que nos esperan hasta que se concrete la ampliación del aeropuerto de Barcelona para avanzar decididamente en la renovación de la red de Rodalies. Los planes están hechos y muy priorizados. Todas las autoridades y los expertos conocen a la perfección qué problemas tiene la red. Hace muchos años que la Generalitat reclama su solución a Renfe y a Adif. Se pueden empezar las obras tan pronto como el gobierno central se quiera poner, cosa que parecía que estaba dispuesto a hacer con los fallidos presupuestos de 2019 (aquellos que no se pudieron debatir en febrero de 2019). No tendría que ser imposible conseguir el compromiso firme del gobierno, con una socialista catalana al frente del ministerio y un socialista catalán al frente de Renfe.

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