Una comida de Nadal
22/12/2023
3 min

Estamos a punto de celebrar otra Navidad, una tradición que, como tantas otras, se mantiene inamovible en el calendario de nuestra parte del mundo. Aunque en muchos hogares con belén ya no se celebre el nacimiento del niño Jesús y la tradición quede cada vez más diluida a pesar de su resiliencia. Es posible que en Catalunya resistan más los galets que la lengua y que las discusiones familiares sean mucho menos encendidas que hace años. Hace tiempo que las familias no se rompen y quizá por eso desaparecen partidos que se preocupaban excesivamente por la unidad familiar. Han dejado de ser útiles. En cambio, Navidad sigue siéndolo. Sirve para competir entre ciudades a ver quién tiene el árbol más ostentoso, alargar las despedidas deseándonos unas felices fiestas, dar vida a los comercios de barrio o de proximidad (los otros ya están lo suficientemente alimentados), hacer cenas de hermandad, comer turrones de gustos imposibles y dudosos, amortizar las bolsas de tela que acumulamos para meter las compras excesivas de estos días, hacer anuncios más empalagosos que todos los dulces que nos comeremos, sacar los vestidos de lentejuelas que acumulamos en el armario, ver películas “de las de llorar”, ser solidarios con dinero o con botes de garbanzos, añorar las infancias felices y recordar que no es una época fácil ni agradable para todos.

Pero nunca una época es fácil y agradable para todos, aunque ésta es donde el deseo de amor se hace más presente. Hay quien lo desea de todo corazón y se pasa el resto del año trabajando por un mundo mejor, hay quien se llena la boca de cinismo y postureo haciendo discursos con decorados anacrónicos. La mayoría hace lo que puede, con mayor o menor acierto pero sin malicia. La minoría insiste en exorcizar sus fantasmas en las redes sociales de forma anónima. El espíritu navideño cambia con los tiempos, pero se concentra en estos días. Cuando se apaguen las luces, el invierno seguirá extendiendo sus alas y las que podemos volveremos a una realidad menos orgullosa pero igualmente privilegiada. Es una de las pausas de la temporada, aunque digan que el año comienza en enero. Pero con las demás pausas no tenemos que pensar tanto en el bien común. Como si las guerras fueran peor en Navidad. O las ausencias. Socialmente lo hemos decidido así. Hemos quedado que será durante estos días cuando nos arreglaremos para comer y cuando tendremos más presente lo que nos perdemos durante el resto del año. Las convenciones sociales son entre ridículas y entrañables. Y un poco necesarias, supongo.

En catalán, tiet/tieta ha sido la palabra escogida como neologismo del año en la categoría de palabra corriente. Hasta ahora en el diccionario solo constaban oncle y tia. La mayoría se ha sorprendido de que se consideren neologismos palabras que utilizamos desde hace mucho tiempo y que coloquialmente hemos dado por buenas y por catalanas. Pero se ve que ni eran buenas ni eran catalanas, así que, especialmente estas Navidades, poder pronunciarlas con la bendición del Institut d'Estudis Catalans hará que sea mucho más difícil atragantarse con los galets. Quizás lo que no hará falta, y lo digo con todo el amor navideño del que soy capaz, es volver a poner la canción de los The Tyets que, pese a ser un acierto, ocurre como con las comidas de Navidad: les pierde el exceso. Por tanto, espero que tengáis una buena dosis de tíos y de tías, de canciones, de árboles, de guirnaldas y de luces. Quizá llegue un día que en diciembre todo se haga diferente, pero mientras tanto os deseo una feliz Navidad. De todo corazón. Y sin musgo.

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