Una mujer y su bebé son tratados de mpox en la República Democrática del Congo.
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El actual brote de mpox, también conocida como viruela del mono, ejemplifica las consecuencias de menospreciar la dimensión global de la salud. La falta de coordinación y vigilancia a escala internacional han permitido que la enfermedad se extienda más que nunca en África, y la crisis derivada nos ha recordado que la salud global no depende solo de la prevención: la continua colaboración entre países es clave.

La viruela del mono no es una enfermedad nueva. Se descubrió en 1958 (en monos en cautiverio) y el primer caso humano se identificó en 1970. Después, durante décadas, las comunidades científicas y de salud pública la desatendieron, considerándola una infección poco común, endémica en zonas rurales remotas de África tropical, sin relevancia para el resto del mundo. Pese a los esfuerzos de las autoridades sanitarias africanas por pedir inversión e investigación global, no fue hasta el brote del 2022 cuando la viruela del mono captó la atención internacional por su rápida transmisión en los países desarrollados.

En 2020 nos enfrentamos a un virus completamente nuevo, el SARS-CoV-2, del que íbamos obteniendo información a medida que la epidemia se extendía. En ese momento, científicos de todo el mundo trabajaron intensamente para desarrollar vacunas en un tiempo récord, un éxito posible gracias a los vastos recursos de los países desarrollados. Ahora, en el caso de la viruela del mono, nos encontramos en una situación muy diferente: conocemos el virus, sabemos cómo se transmite y disponemos de vacunas y antivirales. Sin embargo, la respuesta tiene que ser adaptada a la realidad de los países donde la enfermedad es más prevalente.

El Centro Europeo para el Control y la Prevención de las Enfermedades (ECDC) ha calificado el riesgo global para la población general de la Unión Europea de bajo, una situación que no es extrapolable a los países africanos. Las condiciones sanitarias en Europa son muy distintas a las de África, y factores como la transmisibilidad, la gravedad de la enfermedad y la tasa de mortalidad están fuertemente influenciadas por el entorno. La emergencia decretada por la OMS también pretende dirigir los recursos de los países desarrollados (diagnóstico, tratamiento, prevención y vacunas) hacia los países africanos, donde ahora la necesidad es más urgente y es vital. Esta vez es imprescindible abrir fronteras y compartir recursos para controlar eficazmente la enfermedad, evitando que se convierta en una amenaza global más grave.

La vacunación es un elemento crítico en la respuesta a este brote, tal y como han comunicado varias agencias de prevención de enfermedades infecciosas de diferentes países, la OMS y el ministro de Sanidad de la República Democrática del Congo, el país epicentro del brote. Según la agencia para la prevención de enfermedades africana, las últimas cifras a 23 de agosto indican 17.342 casos sospechosos y 3.167 casos de viruela del mono confirmados en laboratorio por el Instituto Nacional de Salud Pública, así como 582 muertes. El ministro de Sanidad congoleño ha estimado que se necesitan unos 3,5 millones de dosis de vacuna contra la viruela del mono para proteger a la población. La ayuda es, pues, urgente y está solicitada.

Actualmente existen dos grandes farmacéuticas con capacidad de producir vacunas contra la viruela del mono. Japón dispone de reservas de una vacuna contra la viruela del mono, producida por la empresa japonesa KM Biologics. La compañía danesa Bavarian Nordic fabrica otra vacuna, llamada Jynneos, y ellos mismos han comunicado que están preparados para producir hasta 10 millones de dosis para 2025, con 2 millones disponibles ya este año. Además, el departamento de Salud de Estados Unidos ha anunciado que daría 50.000 dosis de la vacuna danesa a la República Democrática del Congo. Aunque hay movimiento, parece que todavía queda mucho trabajo por hacer. Las vacunas prometidas todavía no han llegado. Cris Kacita, el jefe del equipo de respuesta del Congo, confiaba en recibir las dosis esta semana, pero ha declarado a Reuters que la situación se estaba complicando por procesos burocráticos.

"Así que estamos esperando," dice Kacita. Recordemos que hace ya dos años que hubo un brote de esta enfermedad. Y siguen sin vacunas suficientes. Quizás ya es hora de empezar a adoptar una estrategia global real para la salud, en lugar de continuar con la política de ver las enfermedades infecciosas como “problemas de otros” que afectan principalmente a los países pobres y en desarrollo. Estas enfermedades, como ya se ha visto repetidamente, pueden presentar amenazas mundiales inesperadas: lo que ocurre en cualquier punto del mundo tarde o temprano nos afecta a todos.

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