Con lectores del ARA hemos hecho un viaje, en el talón de la bota italiana, radicalmente cultural. Jóvenes, mayores, parejas, solteros, tres hermanos, dos hermanas. Arquitectos, médicos, informáticos, maestros, biólogos y ambientalistas. Había una dama de edad avanzada y bastón elegante, Montserrat, que buscaba siempre un sitio donde fumar y que nos invitó a gintónics y confidencias. Estaba la madre de una periodista del ARA, que hablaba de su hija con unas palabras emocionantes. Estaba el del Penedès que iba a ver piedras pero que también quería ver al Barça. Había el matrimonio que quisieras ser, grandes ambos, cogidos de la mano, amándose infinitamente. Estaba el fotógrafo, captador de almas con su cámara de otros tiempos. Estaba la mujer que viaja sola ya la que, en un instante, crees que conoces desde siempre. Había ese bondadoso encantador. Había esa discretísima inteligente. Estaba el dandy carismático. Había muchas personas de vidas diferentes. "Yo tenía miedo de ver cómo sería", dijo uno. Y añadió: “Pero entonces entiendes que no debes tenerlos, todos somos lectores del ARA”.
Ésta es la gran diferencia. Lectores del ARA. Lectores de este diario, gente que transita por el Comemos, por Leemos, por Criaturas. Gente que lee estas crónicas, hoy, tan distintas del resto, sobre la Comunidad Valenciana. Un diario –el único– dirigido por una mujer, Esther Vera, con quien todo el mundo suplicaría ir a cenar. Hija de ebanista, por cierto, como Carles Capdevila. Ah, sí, qué suerte más loca estar en este diario, sin corsés, sin cordones en los zapatos, sin clips en el pelo. Qué alegría fue conocer a estos lectores. Que hondas las risas y las conversaciones.