El asesinato de las hermanas Abbas tendría que ser un punto de inflexión

El asesinato de las hermanas Arooj y Anisa Abbas –de solo 24 y 21 años– en Pakistán ha llevado al centro del debate público catalán una realidad que, aquí, a menudo pasa desapercibida: la de los matrimonios forzados y los llamados crímenes de honor contra las mujeres que se atreven a rebelarse. Todo ello, violencia machista del peor tipo, que demasiadas veces queda escondida detrás de barreras comunicativas y el desconocimiento de la realidad de la migración. En los últimos trece años los Mossos d'Esquadra han detectado 198 víctimas de matrimonios forzados en Catalunya y la mayoría tenían solo entre 13 y 23 años. El 81% de los casos han llegado a manos de la policía antes de que se consumaran, de forma que se han podido intentar evitar. Pero es posible que esto sea solo la punta del iceberg de un problema que hemos ignorado durante demasiado tiempo, porque la mayoría de las víctimas son chicas nacidas en Catalunya o que se habían escolarizado y hacía mucho que vivían aquí.

¿Cuántas de las mujeres que tenemos al lado de casa han sido sometidas a un matrimonio forzado antes de venir o cuando hacía poco que se habían instalado aquí? No lo sabemos, pero viven aquí y, por lo tanto, son catalanas. Precisamente por eso, detectar y combatir esta violencia también es responsabilidad de toda nuestra sociedad. De entrada hay que hablar más, hay que explicar qué realidad social hay detrás del asesinato de las dos hermanas en Pakistán, hay que abordar el problema en lugar de cerrar los ojos. Es una cuestión de derechos humanos básicos.

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La madre de Arooj y Anisa Abbas, Shaheen Azra, tenía palabras de agradecimiento ayer cuando llegó al aeropuerto del Prat con su hijo más pequeño: "Quiero dar las gracias. Gracias por dejarme volver y gracias a la policía paquistaní, a las autoridades de aquí y sobre todo al consulado de Pakistán en Barcelona por ayudarme", dijo triste, mirando al suelo. Todo indica que ella ha sido una víctima más de una tradición machista que hay que combatir, más allá del respeto cultural a las comunidades de recién llegados, del mismo modo que combatimos otras que aquí ya estaban arraigadas. Por lo tanto, la ayuda de las autoridades era necesaria y el agradecimiento tendría que ser innecesario. 

El asesinato de las hermanas Abbas tendría que ser un punto de inflexión para la sociedad catalana. Nos tendría que hacer abrir los ojos ante una serie de realidades que muchos ciudadanos hace demasiado tiempo que evitan, a pesar de que hay algunas autoridades que las conocen e intentan luchar contra ellas, seguramente con pocos recursos. Tenemos matrimonios forzados en Catalunya: mujeres, chicas o incluso niñas obligadas a casarse en contra de su voluntad. Y pueden llevar a asesinatos machistas –que, aunque se denominen de honor, son de todo menos honorables–. Estos no son problemas de algunos países extranjeros y ya. La realidad catalana es cada vez más diversa y la única manera de evitar que se fracture es que abramos la mirada y nos esforcemos en mirar más allá de nuestro ombligo, que entendamos y abordamos la multiplicidad que nos rodea.

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