Hasta siempre, Auggie Wren
Con Silvia Puig, mi amiga viticultora de la bodega En Números Rojos, hablamos a menudo de libros. Justo ayer, ella me preguntaba, por WhatsApp, por la última de Paul Auster, que no le acababa de entrar. Yo le dije: "Es un testamento". Entonces me preguntó: "¿Qué quieres decir?", pero enseguida me envió un mensaje que decía: "Mierda, me he documentado..." Estuvimos hablando, todo ayer, de Paul Auster y de su enfermedad. De la rabia que hacen los que preguntan: “Y a ti quien te gusta más, ¿Paul Auster o Siri Hustvedt?”, como si por ser pareja ya se hubieran forzosamente comparar. Hoy por la mañana, pues, hemos hablado de nuevo de él, pero de otra forma.
Ocurre que aquellos escritores, una generación o dos mayores que mi generación de escritores, los que leíamos cuando ya publicábamos, se están muriendo. Martin Amis, no hace mucho, y ahora Paul Auster. Hace llorar y sonreír pensar en ellos escribiendo y publicando por última vez, sabiéndolo. Martin Amis lo sabía, lo dijo en su último libro: “Quizás no escribiré nada más”. Paul Auster ha querido, con este último libro, a mí me lo parece, decirle a su mujer que le ha amado. Lo hace a través de la novela. Ayer hablaba con un buen amigo, viudo, y me dijo algo que me hizo estremecer de su vida: “Hicemos de lo cotidiano una aventura”.
Es raro el amor o el cariño que despierta en ti un artista y es extraña la pena que te provoca su muerte. Es una pena egoísta –ya no volverá a hacer lo que a ti te gustaba– y también es una pena familiar. Te parece que "lo conocías". Silvia y yo ya no hablaremos nunca más de Paul Auster de la misma manera. Tendremos que brindar por él con una de sus cariñenas la próxima vez que nos besamos dos.