Un poco de autoestima, catalanes

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La montaña de Montserrat

1. Quizá deberíamos ponerle remedio. Desde hace un tiempo detecto una tendencia preocupante, casi patológica. Es la baja autoestima por nuestras cosas. Por una especie de provincianismo inducido, a menudo quedamos embobados por noticias que vienen de fuera y que los medios, también los de aquí, nos rozan como si fuera siempre la mejor opción. Cada Navidad, por ejemplo, parece que deberíamos desear tener la iluminación de las calles de Vigo. O, de repente, alabamos un montón de cosas de Madrid que tomamos como si fuera el ideal de vida. Desde las exposiciones del Museo Reina Sofía hasta la libertad horaria de tiendas o la diversión infinita en los bares de madrugada. Enhorabuena, ya lo harán. Y si, más allá de flagelarnos por los resultados del informe PISA y por la mala yacía perpetua de la justicia española, ¿valoráramos más lo que nos rodea?

2. No estamos tan mal si, quien viene aquí, quiere quedarse a vivir. Tantas cabezas tantos sombreros, cada uno tiene sus motivos. Por el mar, por el clima, por el aire de barrio de Poblenou, por Gaudí o por la belleza absorbente de Girona. El Empordà, Montserrat, los Pallars, el Delta, el Gòtic, el Románico, las supermanzanas, Port Aventura o el Barça, cada uno por donde lo sube, son polos de atracción. Y una oferta de restaurantes como en ninguna parte: muchos, para todos los gustos, de todos los precios, y algunos tan buenos que justifican toda una vida.

3. En el vaso medio lleno pongo el Clínic, Vall d'Hebron y Sant Pau, que salen a los mejores rankings asistenciales. Tenemos un hospital pediátrico de referencia mundial. Científicos que investigan en todo el mundo y que publican en las revistas de referencia. Una industria farmacéutica muy potente. Una industria que, en los más diversos sectores, exporta como nunca. Un montón de empresas tecnológicas que han sabido oler los signos del tiempo. Un tejido comercial que se afana –persiana arriba, persiana abajo– para no dejar de sonreír a pesar de que los peces gordos se lo quieran comer. Y miles de personas que, antes de que se inventaran las start-ups, ya hacían cosas que tienen mucho sentido, le dedican horas e ilusiones, ya menudo nos hacen la vida un poco mejor. Y un puñado de ejemplos de solidaridad, delOpen Arms en el Gran Recapte, que dicen mucho de un país. Cuando hay que volcarse por una causa, siempre hay alguien dispuesto a poner el cuerno, dinero y buenas intenciones.

4. Tenemos una lengua que se habla en cuatro estados europeos, a pesar de las trabas y tirrias de un Estado en contra. Nuestra literatura es de primer nivel, con un montón de talento joven y patums consolidadísimas que lamentan, y con razón, que no se les hace suficiente caso. Tenemos artistas y fotógrafos en los museos con más colas del mundo. Y arquitectos que nos alegran la vista, desde el Modernismo de hace cien años hasta los que construyen con los materiales sostenibles y las líneas modernas de hoy. Músicos de todos los géneros que les contratan para llenar teatros y salas de conciertos. En cuanto al séptimo arte, ya se habla catalán en Berlín y, como acabamos de ver, en la ceremonia de los Oscar se asoma.

5. En este inventario, queridamente escrito sin nombres propios para no herir susceptibilidades en la Cataluña de la piel fina, cada uno puede añadir su lista de motivos de orgullo de país. El resultado final lo hemos construido entre todos, día a día. Con esfuerzo, generosidad y currando duro. A menudo, al margen de la política. O, mejor dicho, a pesar de la política. Ahora mismo, que los presupuestos más elevados de nuestra historia dependan de un Hard Rock es para arrancarlos a amasar.

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