En su etapa minoritaria, el independentismo había arrastrado a una cultura política que contenía elementos discursivos antagónicos con la vocación institucional del catalanismo: se mantenían postulados contrapuestos a la estructura autonómica de autogobierno, que se asociaba a la opresión española. Los gobiernos tripartitos, con la presencia de ERC, y posteriormente los gobiernos de CiU ya en su fase soberanista e independentista, significaron un cambio histórico con la presencia de independentistas en los ejecutivos catalanes, en una primera etapa, y después con la formación de gobiernos y mayorías parlamentarias que han fijado el Estado propio como objetivo.
Sin embargo, el antagonismo entre los postulados independentistas y la autonomía ha pervivido en una parte importante del movimiento. Ya fuera desde posiciones ideológicas, o más bien desde un cierto tacticismo partidista, no han sido pocos los que han querido menospreciar el autogobierno logrado tachándolo de institución “española” o de obstáculo para los fines secesionistas en varios momentos, incluida la negociación de la reciente investidura de Pedro Sánchez. El contexto reciente de división del liderazgo de la causa independentista entre la cárcel, la Generalitat y el exilio, solapado con la cruda competencia entre facciones en varios espacios dentro mismo del movimiento, han renovado este tipo de discurso.
La ciencia política ha explicado cómo estas dinámicas no son una anomalía, sino más bien una constante en los conflictos como el que nos ocupa en nuestro país. La mayoría de movimientos soberanistas del mundo chocan con dificultades parecidas. Por un lado, en caso de que un territorio ya disponga de estructuras de autogobierno, los soberanistas suelen enfrentarse a la siguiente paradoja: deben competir por gobernar una autonomía que rechazan o que juzgan insuficiente pero que, a la vez, ayudan a construir forniéndola de cuadros políticos y administrativos. El mundo está lleno de ejemplos de movimientos que se enfrentan a estos retos, desde Irlanda hasta Palestina. Por otra parte, la competición interna entre organizaciones y también entre liderazgos puede llegar a ser más lesiva que la represión estatal y la competencia con los partidarios delstatu quo en el propio territorio.
Los mismos estudios también apuntan a dos conclusiones bastante obvias si se echa un vistazo a la política comparada. En primer lugar, sin unidad estratégica no suele llegarse muy lejos, si bien algunos autores apuntan que en contextos de negociación suelen extraerse más concesiones por separado (véase, por ejemplo, la obra de Peter Krause, Rebel Power); la resolución del conflicto generalmente llega de la mano de la existencia de una hegemonía fuerte sobre el territorio. Sin una organización hegemónica o coordinada, los movimientos se convierten en ineficientes ya que gastan más recursos en la lucha interna que en la externa. En segundo lugar, allá donde se alcanza la estatalidad, ésta siempre va precedida por una protoestatalidad (véase, por ejemplo, la obra de Ryan Griffiths, Age of Secession). Los candidatos mejor posicionados para alcanzar un estado propio han sido históricamente unidades independientes de facto o, al menos, con una singularidad de gobierno elevada dentro del marco del estado del que formaban parte.
En resumen, prescindir o menospreciar el autogobierno es una mala idea de cara a futuras aspiraciones secesionistas, ya que las estructuras de un potencial estado suelen fundarse sobre las bases de la administración preexistente y el personal que las hace funcionar. Territorios como Occitania, Cornualles o Bretaña, por ejemplo, difícilmente dispondrían de la capacidad para gobernar; una capacidad que sí tenían las antiguas satrapías persas o las ex repúblicas soviéticas.
Estas observaciones resultan casi imprescindibles para los soberanistas, cuyo éxito político depende de las urnas y no de las armas. Donde mandan las armas, los hechos consumados suelen imponer la institucionalidad. Sin embargo, las urnas obligan a construir legitimidades diversas (democrática, jurídica, moral, institucional y de gestión efectiva y eficiente del día a día) y consensos amplios. En esta tarea, disponer de instituciones que gobiernen, y que gobiernen bien, es un prerrequisito indispensable para los soberanismos democráticos, ya que éstos avanzan de la mano del rendimiento de gobierno más que de las hazañas o proclamas de sus líderes.- _BK_COD_ Si el independentismo aspira a mantener la hegemonía dentro del catalanismo, resulta indispensable, en mi opinión, saber conjugar su vocación de estatalidad con la mejora del autogobierno. Es decir, velar por la construcción del futuro con el buen gobierno del presente. El balance de la última década no invita a pensar que el independentismo del proceso lo haya tenido siempre presente y quizás ésta es una de las lecciones más relevantes que debemos extraer.