La barricada, la rebeldía y la tristeza

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Cuba es hoy una pasión triste, la que uno siente por un faro que se apaga. Miro las imágenes que llegan desde la isla. Busco saboteadores, alborotadores pagados, los agentes del imperialismo de los que habla el gobierno. Tal vez, infiltrados entre la gente, maestros del disfraz, existan. No soy ningún ingenuo. No sería la primera vez. Si Mike Pompeo, anterior Secretario de Estado de EEUU, confesaba que el propósito de las sanciones era “matar de hambre” a la isla para derrocar al régimen, cualquier vileza es posible, esta también. El prontuario de canalladas es interminable. Pero desconfío profundamente de los mensajes que emite el poder, cualquier poder, también el que gobierna Cuba desde hace seis décadas.

No puedo apartar la mirada de los manifestantes. Están en Cuba pero son los jóvenes de Bogotá, las mujeres de Monimbó, en Nicaragua, los estudiantes normalistas en Tuxtla Gutiérrez ó en esa gran plaza de gritos y rebeldías que es el Zócalo. Son indígenas brasileros que luchan por la tierra y resisten al fascismo en Brasil. Luchan con las manos desnudas, cerbatanas contra el poder.

Su grito, el mismo grito desesperado que recorre las calles de América Latina. Aguas desbordadas del mismo río, una protesta gigantesca que dice basta ya, que no quiere que le roben el futuro. 

Protestan las tripas del hambre, protestan las bocas amordazadas, protestan los cuerpos sometidos a la ortodoxia del patriarcado. Protestan y exigen derechos y libertad. No quieren esperar más, no tienen tiempo. 

Su lucha, David contra Goliath. Una revuelta contra el sistema, contra la policía, los jueces, los presidentes, se llamen Duque, Bolsonaro, Ortega, Piñera o Díaz – Canel. La lista es interminable ¿Izquierdas o Derechas? No importa, el poder es hermafrodita. Su protesta, escaramuzas de algo que está naciendo, más un límite al poder actual que un poder alternativo, algo que, en palabras de Rousseau, “no pudiendo hacer nada, puede impedir todo”. 

Frente a la protesta, se despiertan los resortes automáticos de un poder que se siente amenazado. Las declaraciones en la televisión nacional de Cuba del presidente Miguel Díaz-Canel son un ejemplo: “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”. El régimen se aferra al fetiche de la revolución para sobrevivir. La retórica revolucionaria “Patria o muerte” apela a la épica. Pero no se inflaman los corazones cuando los estómagos están vacíos.

La realidad, un gobierno desarbolado, a merced de los acontecimientos. Díaz-Canel asegura que está dispuesto a defender la revolución “al precio que sea necesario”. Convoca a los revolucionarios a que “salgan a las calles donde quiera que se vayan a producir estas provocaciones, desde ahora y en todos estos días”. Malos tiempos para la lírica de los que piensan diferente. Su destino, desde prisiones de máxima seguridad hasta reclusiones domiciliarias acusados de presuntos desacatos, resistencias y desordenes públicos. Las varas para disciplinar desobedientes, una vergüenza para la revolución que dicen defender.  

Pasan los días, las protestas pierden fuerza. Volverán mañana si persisten las causas que las provocaron: escasez de alimentos y medicinas, cortes de energía, altos precios, pero sobre todo ausencia de libertad y futuro, rescoldos de un fuego eterno.  

Al final, desbordado por la realidad, el poder trata de recuperar el control. La infamia del embargo proporciona la excusa para no asumir responsabilidades por los abusos que comete. ¿Autocrítica? No es el momento, compañero. Primero tenemos que luchar contra el enemigo. Huida hacia adelante, coartada perfecta. Después del sobresalto inicial, el régimen gradúa la respuesta, recupera el decoro. No ha perdido elasticidad. Algunos le llaman resiliencia. 

En amplios círculos de izquierda, la crítica al régimen cubano es tabú, el camino más recto hacia el ostracismo y la excomunión. Ante las detenciones arbitrarias, el hostigamiento y la intimidación de activistas y manifestantes, se pide acatamiento, un cheque en blanco. La revolución convertida en religión. Nada que pueda poner en peligro la supervivencia del régimen resulta aceptable. El hábito adquirido de la autocensura es un banco de niebla que impide ver la realidad. Con Cuba, alguna izquierda padece ceguera y un severo tartamudeo moral. 

Difícilmente el sistema cambiará desde dentro. El músculo de la aristocracia cubana, partido comunista y ejército, no está entrenado para la audacia y la poesía. Los dirigentes cubanos sufren la soberbia implacable del que no rinde cuentas. Por eso hoy es más urgente que nunca abrir las ventanas, actuar con coraje, poner el cuerpo, mirar de frente a los hechos, llamar a la realidad por su nombre, desobedecer, en palabras de La Botie, para no “ser traidores a nosotros mismos”.

Lo intentarán cambiar desde fuera. Desde la otra orilla del Caribe, los buitres levantan el vuelo. Han comenzado a planear en círculos, se preparan para el festín. ¿Los cubanos? Piezas de cambio. Importan poco, parte de la carcasa que será devorada. El botín es demasiado valioso.

Cada momento histórico tiene su afán y el actual es un regreso de la política transaccional. “Los Estados no tienen amigos, tienen intereses”. Un efecto derivado de la hegemonía china que se proyecta sobre todo el siglo XXI es el regreso actualizado de la Doctrina Monroe. Cuba es para Estados Unidos lo que Hong Kong es para China y Crimea para Rusia. Regresan Kissinger y Metternich, tal vez nunca se fueron. Atrapados en el engranaje de la razón de Estado, crujen los huesos de los cubanos. La geopolítica global y su tendencia autoritaria tampoco ayudan.

¿Y entonces? El verso de Hölderlin “Pero donde hay peligro, crece también lo que nos salva” es un cabo de luz al que agarrarse. Las protestas pueden ser una oportunidad para despertar, humus para el cambio, un espacio para imaginar alternativas a las calles de sentido único que se ofrecen a los cubanos, para abordar con lucidez, determinación y valentía nuevas formas de hacer política. Una política que ponga al ser humano en el centro, fin último, nunca instrumento. Que haga del amor a la verdad, de la lucha por la justicia, de la belleza, de la compasión, manifiesto de combate. 

Cuba es una patria que tuve y que, a diferencia del poema de Gabriela Mistral, me resisto a perder. 

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