La boda de Almeida

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José Luis Martínez Almeida saludando a la gente que le recibe delante de la iglesia

Si Álex de la Iglesia hubiera concebido la boda de Almeida como el guión para una nueva película, habría sido acusado de presentar una exageración excesiva de la serie berlanguiana que comenzó con La escopeta nacional. Si hubiera construido personajes como los que acudieron a la boda y hubiera armado un casting para reclutar a actores y actrices que los encarnaran, seguramente habría sido acusado de abusar de lo grotesco hasta la náusea.

Retratar frente a los espejos cóncavos al poder español ha sido una praxis continua en nuestra cultura, pero llama la atención que la degradación de la vida española llegue al extremo de que los personajes del poder en España no necesiten ser reflejados en el callejón del gato para parecer lo que realmente son. Son lo que ves, para desgracia de caricaturistas y cómicos que tienen realmente difícil la exageración de sus características para representarlos porque ya se trata de personajes exagerados. Y están felices y satisfechos de sí mismos. Suerte con la boda de Almeida, amigos del Polònia.

La presencia de Juan Carlos I y varios miembros de la Casa Real en la boda del alcalde de Madrid tiene además un enorme significado político. Hablamos de un jefe del Estado que debió exiliarse en una dictadura petrolera para que sus casos de corrupción no afectaran aún más la institución política española que sigue encarnado más que su propio heredero: la monarquía. Y allí estaba el rey de las amantes y las comisiones que fue jefe del Estado por designación de Francisco Franco. Curas, toreros, fascistas, comisionistas, empresarios, periodistas cortesanos, señoras con sombreros inviables y señores con la barriga al borde de hacer saltar por los aires los botones del chaleco del frac. Y todo ello retransmitido en directo por Telemadrid, el nodo al servicio de Díaz Ayuso.

“Ayuso, sin novio, y el Émerito, los invitados más vitoreados en la boda de Almeida y Teresa Urquijo” titulaba El Mundo. Menos mal que no acudieron ni el Ku Klux Klan ni Adolf Hitler; se habrían llevado sin duda grandes ovaciones del pueblo español del barrio de Salamanca. “Sofía Palazuelo, futura duquesa de Albam derrocha elegancia con un vestido de Devota & Lomba en la boda de Almeida” tituló el tabloide de Inda OK Diario; así es la prensa española, amigos. Las dos grandes ausencias junto al novio de la muerte fueron el pequeño Nicolás y Javier Negre que podrían haber acompañado a Froilan de Todos Los Santos como dealers del putodefendiendoEspaña para que la fiesta no decayera en la finca El canto de la cruz propiedad de Teresa de Borbón-Dos Sicilias y Borbón-Parma, abuela de la joven novia del ya entradito en años alcalde.

Seremos fascistas, pero sabemos gobernar, dijo Almeida en un mitin memorable. Lo primero es incuestionable, y que saben para quién gobiernan también lo es. Pero no deja ser terrorífico el exhibicionismo del bloque de poder español que, mal que bien, ha mantenido el poder durante los dos últimos siglos a costa de liberales, demócratas, republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas y últimamente independentistas.

La España de la boda de Almeida existe y llama guapa a Ayuso (llamárselo a Almeida sería como llamármelo a mí, demasiado exagerado incluso para el pueblo del barrio de Salamanca) como hace dos siglos gritaban “vivan las caenas”. La España que iba de putas el sábado y no faltaba a la misa del domingo. La España que después de la misa acudía a ver fusilamientos de rojos existe y últimamente está más echada al monte que de costumbre. Ojalá las víctimas de esa España no pierdan de vista que, frente a ella, hay que actuar juntos para que la historia no acabe como siempre. 

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno español
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