Brad Pitt y él

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Una clienta es atendida en una peluquería. / ACN

Llega a la peluquería, que es unisex, y saluda a la peluquera con dos besos. Es la que siempre le atiende. "Hola, Fani", dice. Y el acento parece italiano. “Dime, ¿cómo te ves?”, hace ella, porque es de este tipo de peluqueras que nunca cortan más de la cuenta. "Yo quisiera un pelo como el del Brad Pitt", hace el hombre. La parroquia que hay a esa hora, las nueve de la mañana, da la oreja. La mujer que se está tintando, de espaldas a él, intenta verlo a través del espejo, pero no lo logra. “¿Has oído?”, le susurra a la chica que le está poniendo (“aplicando”, hay que decirlo) el color. "Sí, pero no le he visto de cara", responde la otra. Ahora, la peluquera Fani y el hombre que quiere el peinado de Brad Pitt miran una foto del actor. "Ya lo cojo, ya lo tengo", exclama la peluquera. La mujer que se está tintando también toma el teléfono y busca fotos de Brad Pitt. "Pasamos al lavacabezas", le dice la peluquera Fani, con el plural majestático que se espera siempre del gremio, a la mujer que se está tentando. Pasamos al lavacabezas, tenemos el pelo castigado, deberíamos hacer una mascarilla. La mujer camina tan rápido como puede –siempre le da vergüenza que se laven– y se sienta en la silla del lado del hombre que quiere el peinado de Brad Pitt. Después, pasan, cada uno con una toalla que les envuelve el caparazón, en las sillas frente al espejo.

Finalmente lo ve. Tiene una cara ingenua y bondadosa. “¡Ya estoy contigo!”, dice Fani. Y empieza a cortar al hombre, con ese ruido de las tijeras, tan relajante. La mujer mira la evolución del corte con cara de aprobación. La conmueve, sobre todo, la alegría y confianza del hombre que ha pedido eso. “¿Te gusta?”, le pregunta la peluquera Fani. “No lo sé –se sincera él–. ¿A ti?” “Te queda muy bien –afirma la peluquera–. ¿Verdad?” Y la mujer del tinte hace que sí con la cabeza: “Sí, sí, muy bien. No sé quién me recuerda... ¿Quién me recuerda ese peinado? ¿Algún actor...?”

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