La generación de nuestros padres nos ha explicado que descubrieron lugares donde entonces no iba nadie, que dormían en medio de la nada o en hostales muy sencillos y muy baratos, que alquilaban las primeras casas para veraneantes a unos precios ridículos, y que iban siempre a buscar esa tranquilidad que ofrecían los paraísos antes de que se les diera antes de que los paraísos. Esta generación va estrenar cambió la economía de muchas zonas que vieron la gallina de los huevos de oro y dejaron de hacer lo que hacían para dedicarse al turismo. Normal. A ver si unos debían enriquecerse y otros no salir de pobres. Nosotros todavía podemos recordar alguno de esos lugares que nos llenaron la infancia y, si viajabas un poco allá (siempre en coche), ciudades y museos donde hoy debes pedir cita estaban prácticamente vacíos. En esos años empezó a plantarse la semilla de un cambio que ha sido imparable. ¿Era evitable?
Zaanse Schans, un pueblo de postal de 100 habitantes situado en el norte de Ámsterdam, ha anunciado que a partir de la próxima primavera hará pagar 17,50 euros a todas las personas que lo visiten. Hasta ahora han estado casi 3 millones al año. El pago como medida disuasiva o de control ya se aplica en muchos aparcamientos de calas o ríos en verano y en parkings de entradas de pueblos muy visitados. En Zaanse Schans deberá seguir pagando el parking, además de la entrada, que incluye la visita al museo y los molinos de viento, lo que ya ha puesto las manos en la cabeza a los comerciantes. Calculan que si una familia debe gastarse 100 euros para visitar un pueblo, no comprará ni consumirá nada de lo que vienen. O sea, el equilibrio de siempre cuando un lugar en el que vive gente se convierte en un parque temático. La culpa es de Instagram. Y algo también de las administraciones que se dedican a vender sus países como un producto de primera necesidad. Y la gente que ha ido y que te habla. Te da la sensación de que si todavía no has estado en París, ya puedes tirar tu vida a la basura. O las pirámides de Egipto. O los rascacielos de Nueva York. Y conste que, quien esté libre de culpa, que tire una moneda (no será la primera) en la Fontana di Trevi, donde, por cierto, el acceso también está regulado.
A las personas que trabajan en las administraciones, sean de donde sean, parece que sólo se les ocurre una manera para frenar/organizar el turismo o minimizar el incivismo. La única medida aplicada es el dinero. Parece que si ponemos una tasa o multa, el problema ya esté resuelto. Da igual que esta idea no sea equitativa. Parece que la ciudadanía no entendemos ningún otro lenguaje. Si el sistema sigue haciendo más pobres a los pobres y más ricos a los ricos, volveremos a ese momento en que viajaban sólo los ricos. Pero todo esto no volverá a ser como antes. Y debe haber una solución. Porque, ciertamente, tenemos un problema que se llama exceso. Lo que antes sólo lo hacían varios, ahora lo hace cada vez más gente porque también somos más. Y una decisión u otra debes tomar una vez te has muerto de éxito. Si es que a esto se le puede llamar éxito.
Para dejar de ir a un sitio a mí me resulta mucho más disuasoria una imagen llena de gente que una tasa. Probablemente porque todavía puedo pagarla. Y como dicen en casa, si quieres ver mundo, hay un montón de documentales. Pero es muy impactante ver cómo el mundo se ha llenado de ojos y es cada vez más difícil mirar un paisaje sin encontrar otras muchas miradas. Y es muy intrigante pensar qué va a descubrir una nueva generación.