Lees que un alcalde, borracho, se ve, cantó una cancioncilla en el escenario de las fiestas del pueblo, en Ávila, que es “apología de la pederastia”. Pero como a menudo todo se exagera, ya menudo todo el mundo se ofende, no prestas atención hasta que la sientes en la radio. Y sentirla te estremece, te provoca un sentimiento que es demasiado sencillo decir que es asco y bastante. Es miedo, miedo de verdad, por la crudeza, que ya te resultará imposible olvidar. Como esa escena de ese libro, como esa frase que te dijeron de pequeña. La canción cantada por este amenazador humano, que parece ser tan implacablemente instintivo, te resulta pavorosa, te hace un mal –físico– en la barriga. El nudo en el estómago que dicen siempre, de repente es muy concreto. La canción es en castellano y al final de cada verso existe una rima onomatopeica. La letra, cantada en primera persona por el siniestro borracho, dice que se encontró una “niñita” sola en el bosque y se la llevó a “casita” donde le “subió la falda” y le “bajó las braguitas”. Después, y esto no lo traduzco, canta que: “la meta el primer caliqueño, eñoenño, la meta el segundo caliqueño, eñoeño” para acabar diciendo –y me parece perturbador escribirlo–, que “ya no queda leche”.
Los diminutivos lo hacen todo aún más sórdido, porque pretenden imitar la idea de una canción infantil, que contrastan con este chapucero, propio de película porno, “ya no queda leche”. Por lo que he visto, el arzobispo de Valladolid le ha excusado, porque ya se sabe qué ocurre con el alcohol, y porque "somos una sociedad excesivamente puritana". No quisiera ser cruel, pero me parece una broma de que sea un miembro de la iglesia quien disculpe una canción sobre la pederastia. Debe pensar que la de la canción, al menos, no se ha concretado, no como otras.