El presidente del PP, Pablo Casado, pronunció ayer una frase en el Congreso de Diputados que demuestra hasta qué punto la Transición ha sido un fracaso: "La Guerra Civil fue el enfrentamiento entre los que querían la democracia sin ley y los que querían ley sin democracia", dijo equiparando los dos bandos y, además, dibujando la República como una anarquía sin ley ni orden, precisamente el principal argumento que utilizó el franquismo a posteriori para justificar el golpe de estado. Con esta afirmación, Casado, que nació después de la muerte de Franco y se ha educado en democracia, demuestra que la derecha española todavía no es capaz de desatarse de su pasado franquista y autoritario: al contrario, lo blanquea. Y que, en este aspecto, está muy lejos de las formaciones liberal-conservadoras europeas que, en su praxis diaria, rechazan cualquier pacto con la extrema derecha.
Si durante los últimos cuarenta años en España se hubiera forjado una auténtica cultura democrática, se hubiera explicado bien la Guerra Civil en las escuelas y se hubiera reivindicado la memoria de las víctimas de la dictadura desde el primer momento, hoy serían impensables tanto unas palabras como las de Casado en el Congreso de los Diputados como la presencia de un partido como Vox. Recordemos que Santiago Abascal ya dijo en la cámara que Pedro Sánchez era el peor presidente del gobierno de los últimos 80 años, lo cual ponía por encima suyo al dictador Franco. Pero lo cierto es que la España actual continúa igual de dividida que la de hace cuarenta e incluso ochenta años: a un lado de la zanja se sitúan la izquierda y los nacionalistas, los perdedores del conflicto, y del otro, la derecha, herederos de los vencedores.
La consecuencia práctica de la declaración de Casado y de todo su discurso es que ya no hay ninguna posibilidad de entendimiento entre el PP y el PSOE en cuanto a, por ejemplo, la renovación de organismos como el CGPJ o el Tribunal de Cuentas. Por lo tanto, ahora corresponde a Pedro Sánchez decidir qué quiere hacer y con qué socios. Ayer lo pudimos oír repitiendo que con el PSOE "nunca habrá un referéndum de autodeterminación en Catalunya". Se trata de la posición de máximos que ha mantenido siempre, del mismo modo que Aragonès le recordó el martes que él no renunciaría a la independencia.
Los conflictos políticos con hondas raíces históricas y con fuertes implicaciones emocionales, como es el caso, no son una cuestión fácil de resolver, como bien saben los expertos en mediación. Pero a la vez Sánchez tiene que ser consciente de quién tiene delante, que es una derecha ultramontana que no reniega ni del franquismo, y que los únicos socios que tiene para hacer un camino de profundización democrática en España son los partidos que le facilitaron la investidura. Seguramente Sánchez preferiría poder pactar algunas cosas con el PP y con Cs, y de hecho lo ha intentado muchas veces, pero ayer se vio que después de los indultos este camino ya es intransitable. El que le queda es el de la alianza de las izquierdas y el del diálogo con Catalunya. Y aquí en algún momento habrá que aparcar las declaraciones altisonantes y buscar soluciones efectivas.