La atrocidad perpetrada por Dominique Pélicot contra su esposa Gisèle nos hace pensar –entre muchas cosas más– en las imágenes y los relatos que la cultura da de la violación. Pensemos, por ejemplo, en tres películas: Los perros de paja, de Sam Peckinpah (1971); Irreversible, de Gaspar Noé (2002), y El consentimiento, de Vanessa Filho (2023).
En Los perros de paja, el personaje femenino principal es una mujer cuyo carácter fuerte ha tenido vida sexual antes de casarse con el protagonista masculino. Uno de sus antiguos amantes le acabará violando; en un principio ella se resiste, pero después se suelta y obtiene placer (una vieja fantasía masculina, respaldada con oscuras lecturas de Freud). Esto desembocará en un posterior estallido de violencia. En Irreversible, la protagonista decía plantado en una fiesta a su compañero, cansada de verle drogarse y flirtear con otras mujeres: en el camino a casa, es brutalmente violada por un depravado en un paso subterráneo. De nuevo, esto llevará a una explosión de ira, en la que el compañero de la víctima se vengará del violador. El consentimiento, por su parte, narra el abuso cometido por el escritor francés Gabriel Matzneff, defensor público y notorio de la pederastia, a los cincuenta años, contra Vanessa Springora, cuando tenía catorce. Ya adulta, Springora es la autora del libro del mismo título en el que se basa el filme (lo podéis leer en catalán, traducido por Marta Marfany Simó). Aquí no hay escenas sanguinarias, sino el relato de la violación de una menor, envuelta –por parte del depredador– en una retórica empalagosa de amor idealizado. Narra también el dolor de la víctima (y de su madre, víctima y al mismo tiempo cómplice de los hechos) y de la completa impunidad del pederasta Matzneff, protegido por la élite intelectual, mediática y política francesa del momento. Las relaciones con menores fueron aplaudidas y ávidamente buscadas, durante mucho tiempo, por intelectuales líderes y supuestamente engañara de Francia y, en su imitación, de toda Europa. Matzneff todavía está vivo y nunca ha tenido que responder penalmente de sus actos. La educación y la cultura no nos salvan de la absección; en esta historia, de hecho, son la excusa.
El consentimiento es un relato más complejo y tiene, a diferencia de los otros dos, una mirada feminista. Por su parte, Irreversible y Los perros inciden en una misma idea: la violación es una prerrogativa de los varones. Las mujeres tienen acotado su papel como víctimas; todo lo demás (cometer la violación, por supuesto, pero también, llegado el caso, castigarla) es cosa de los hombres. Desde este punto de vista, un hombre puede violar a su mujer (y, para muchos, esto no será considerado violación), pero debe vigilar que otros hombres no hagan lo mismo. Como Dominique Pélicot no sólo renunciaba a proteger a su mujer sino que invitaba a otros hombres a violarla, éstos ahora declaran que no piensan que hicieran nada mal hecho: no era Gisèle quien debía decidir si aquello eran o no eran violaciones, sino que esto era asunto de Dominique.