El catalán, parado en Europa

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El ministro Albares, el lunes en Luxemburgo.

El primero de los compromisos firmados entre el PSOE y los partidos independentistas catalanes en caer de la agenda ha sido el de la oficialidad del catalán (y el gallego, y el euskera) en la Unión Europea. No puede decirse que sea una sorpresa. Y por ser exactos, tampoco se puede decir que haya caído por completo, sino que se pospone. Sine die, eso sí, y ya fuera de la presidencia española de turno de la UE, que está a punto de terminar. En enero Bélgica tomará el relevo, y no es un país en principio hostil a la propuesta, pero evidentemente tampoco la tiene entre sus prioridades.

Como explica Gerard Fageda en este diario, Junts, que es el partido que puso el oficialidad europea del catalán como condición para investir presidente a Pedro Sánchez, no considera que el PSOE haya faltado a la palabra dada y, por tanto, no piensa hacer de este desistimiento una causa de bronca política. Entendidos, pero a la vez no deja de ser lamentable que, en la negociación política (una redundancia, porque la negociación es la esencia misma de la política), sean las cuestiones referentes a lengua y cultura las primeras que se ponen en un rincón . La consideración de la lengua y la cultura como cuestiones menores, que si acaso son útiles sólo para crear ocasiones de lucimiento, es transversal tanto al nacionalismo español como al independentismo catalán. Es un error grave, o muy grave, que explica fenómenos alarmantes como los resultados de los informes PISA (los cuales, a su vez, tienen una incidencia negativa directa en la potencia y competitividad del país). Juntos, y también ERC, han reconocido en más de una ocasión la diligencia demostrada por el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, en este asunto. Ahora se les debe reclamar a todos que esta diligencia se mantenga. No deben volver a pasar quince años entre el momento actual y la siguiente ocasión en que se plantee la oficialidad del catalán en la UE. Por el contrario, debería ser una cuestión a resolver antes de las elecciones europeas de junio, en las que se prevé una subida importante de la presencia de las extremas derechas en el Parlamento Europeo, lo que lo hará todo más complicado (los temas lingüísticos, pero también todos los demás).

Mientras tanto, hay cosas que se pueden apuntar. Por ejemplo, muchos daban por hecho que el gran opositor a la oficialidad del catalán, el gallego y el euskera sería Francia, por su tradición nacionalista jacobina, pero ha resultado que Francia se ha mantenido en un perfil bajo y quien ha puesto más pegas han sido países como Finlandia o Suecia, que tienen lenguas con menos hablantes que el catalán (pero que, por supuesto, son oficiales en la UE). Otra: muchos, también, han encontrado caro que el coste de oficializar estos tres idiomas en Bruselas fuera de 132 millones de euros, 44 millones por cada lengua. Bien: sólo el Instituto Cervantes, cuya misión principal es la promoción exterior del español, ha tenido este año un presupuesto de 167,5 millones de euros. Existe el pensamiento mágico de que las lenguas son de miel y azúcar, pero, como todo en este mundo, cuestan dinero. Y producen.

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