Ciclos políticos melancólicos

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Una electora elige papeleta en las elecciones del domingo.

La melancolía suele asociarse a estados de ánimos apagados o incluso tristes, y puede contraponerse fácilmente a la bilis, es decir, a la enervación, a la falta de control emocional, etc. Pero no tiene mucho sentido. En griego, melancolía significa literalmente "bilis negra" ("cólico" tiene la misma raíz). La medicina antigua, y en concreto la llamada teoría de los humores, identificaba el exceso de bilis con lo que hoy llamaríamos depresión. Hay un estudio muy bonito de Michael Screech sobre la presencia de este concepto en la obra de Montaigne y en el Renacimiento en general, que leí hace bastantes años cuando redactaba la tesis doctoral. Cuento todo esto porque por primera vez en mi ya larga vida de espectador de declaraciones poselectorales la atmósfera era esencialmente melancólica. Directa o indirectamente, la mayoría de candidatos no hablaron del futuro, sino del pasado. ¿Por qué? Pues porque como explicaba Esther Vera, no estamos simplemente ante el tropiezo, o bien ante la victoria, de este o de aquel otro, sino de un verdadero cambio de ciclo, cuyas consecuencias todavía son muy difíciles de evaluar. Esto, evidentemente, en caso de que se lleguen a concretar en algo y no sean el pistoletazo de salida de una nada improbable repetición electoral.

Empecemos por el incuestionable ganador en votos y escaños de estas elecciones, el PSC de Salvador Illa. Dados los porcentajes, ¿no era el momento de exhibir un tono optimista y expansivo, tal vez? Parece que no. En su breve intervención, Illa evocó melancólicamente los años más duros de ese PSC de Raimon Obiols marcados por la implacable apisonadora electoral pujoliana. No estamos hablando de cualquier cosa: hace exactamente 40 años, en 1984, CiU obtuvo 72 diputados, muchos diputados, mientras que el PSC se quedó solo 40. La diferencia es bestial. La melancolía de Illa, en este sentido, era más que justificada y tenía un explicable componente reivindicativo: perseverancia, trabajo y capacidad de adaptación (y también de readaptación: el fuerte acento catalán de Illa cuando habla en español no es nada más que esto). En cualquier caso, hacer referencia al pasado cuando se acaba de obtener una victoria significa muchas cosas, y es probable que alguna tenga que ver con la dificultad objetiva para presidir la Generalitat al menos de forma inmediata.

Más melancolía: el president Pere Aragonès, la noche antes de dar un paso al lado, evocó la antigüedad de su partido, ERC. Esquerra existe desde el 19 de marzo de 1931, efectivamente, cosa que pueden decir pocos. Contraponer una derrota importante, pero puntual, con un recorrido histórico de 93 años tiene sin duda sentido. Aunque quiera plantearse en relación al futuro, no deja de ser una apelación al pasado. Los de la CUP también hicieron un planteamiento similar: a pesar de haber perdido mucho peso en el Parlament –decía Estrada– actuaremos como en los viejos y buenos tiempos, cuando la lucha contra el capitalismo heteropatriarcal se llevaba a cabo sobre todo en la calle. Pese a los buenos resultados, Junts planteó un escenario prudentemente abierto: en términos aritméticos es muy improbable que Puigdemont vuelva a ser president de la Generalitat, al menos a corto plazo. Pero queda la épica del 2017, claro: esto puede estirarse como una goma. Más melancolía, pues.

El rey indiscutible de los melancólicos, sin embargo, fue Carlos Carrizosa, que rememoró en un tono casi lírico y nada estridente, algo bastante inusual en él, la trayectoria de Ciudadanos desde sus momentos de gloria hasta el extraparlamentarismo duro. ¡Y todo en solo 19 años! Alejandro Fernández, otro triunfador de la noche, aprovechó el tono proponiendo acoger paternalmente a sus hermanos de Ciudadanos. "Somos lo mismo", vino a decir. No es así: en elecciones anteriores se vio claramente que quien había crecido con los votos de los naranjas había sido Vox, no el PP. Vox, por cierto, fue el partido menos melancólico de todos: tienen el viento a favor y por eso hablan de futuro, aunque sea a base de matrimonios de conveniencia con el PP (no han hecho más que empezar). La extrema derecha no da miedo a una parte importante de la población porque ya no se identifica con la siniestra caspa franquista, sino con algo transgresor y guay. Y si sustituyen a Franco por el general Videla, entenderán igualmente a Milei.

Hace 42 años, cuando el PSOE de Felipe González ganó las elecciones españolas, el cambio de ciclo político en relación con la UCD y el posfranquismo era nítido y más o menos previsible. El cambio de ciclo actual, por el contrario, es borroso, desdibujado e inevitablemente incierto. Mejor no hacer demasiadas predicciones, ni tampoco descartar ciertas alianzas que ahora mismo calificaríamos de monstruosas.

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