Avanza la he-perdido-la-cuenta oleada del coronavirus mientras miles de personas no pueden salir adelante, con virus o sin él, porque los gobiernos hace mucho tiempo que decidieron que abusar de otros seres humanos es útil para sus estrategias políticas. Nada nuevo, al contrario. Por eso también es tan preocupante. Porque las tácticas salvajes se repiten incesantemente, como si no nos quedara más remedio que aceptar la parte en la que nos devoramos a nosotros mismos, pero rechazando rotundamente la satisfacción psicótica que esto conlleva. Ahora la noticia está en la frontera de Bielorrusia y Polonia, con gobiernos cuestionables por otras muchas razones, pero la vergüenza se extiende por todas partes con gobiernos que se cuestionan menos. Que en tan poco tiempo se haya encontrado una vacuna para que sobrevivamos al coronavirus y que en tantos años no se haya encontrado una solución para evitar que millones de personas malvivan en condiciones infrahumanas es una de las grandes paradojas que tenemos que confrontar en nuestra existencia más o menos afortunada. Es como si todo el rato nos estuviéramos salvando y condenando al mismo tiempo. Las crisis migratorias son más estables que la gripe y lo serán, seguramente, más que el covid. Se mantienen durante todo el año –con el interés volátil por parte de los medios de comunicación–, vulneran los derechos humanos sistemáticamente y las aprovechan los discursos de la extrema derecha, si es que la exaltación del odio se puede considerar un discurso y no es solo una arenga con argumentos tan deficitarios que tampoco se pueden considerar argumentos. Por cierto, que en Catalunya ya hay una denuncia de odio por día y el podio de este ranking desafortunado lo encabeza la LGTBI-fobia, para dar paso después al racismo y la xenofobia. Qué lástima que haya días en los que solo parece que pueda avanzar el coronavirus.
En las tiendas Decathlon del norte de Francia han decidido dejar de vender canoas para evitar que los inmigrantes las utilicen para cruzar el canal de la Mancha y llegar a Gran Bretaña. Lo que se vende como un producto para divertirse o distraerse para una parte de la población, se convierte en el único transporte posible para otra parte, que tiene como objetivo principal sobrevivir. Francia y Gran Bretaña se lanzan los reproches pertinentes (el ejemplo claro de que se hace menos ruido entre países respetables), pero la realidad es que una tienda de deportes acaba haciendo el papel secundario imprescindible para que la historia sea todavía más sobrecogedora. Como si no hubiera suficiente con el drama a pelo. Me imagino este episodio en manos de Robert Guédiguian o de Aki Kaurismäki y me doy cuenta de que muchas veces la vida la has de pensar como una película para que sea soportable. O quizás es que las películas, como los libros, te hacen la compañía necesaria para no llegar a desesperarte ilimitadamente. Claro que hay quien se siente mucho mejor dando un paseo en canoa. Es evidente que la perspectiva es tan diferente como las situaciones que nos toca vivir.
De aquí a nada los dirigentes del mundo occidental harán un llamamiento al espíritu de Navidad y nos bendecirán con su arrogancia habitual, como si hubiéramos pedido alguna vez su bendición. Todavía es peor cuando lo hacen los reyes y los príncipes. Pero lo harán porque la dignidad es un vestido que siempre les va grande. En las fronteras encontrarán otro sistema para cruzar los mares y saltar los muros, sea la época que sea. Con epidemias o sin ellas. Como una sesión continua. No sé cuántas veces hay que ver la misma película, pero sí que sé que sabiendo el principio y el final, no deja de hacer el mismo daño.