1. Anteayer fue la Virgen de Agosto, como se llamaba, fiesta anual de la Iglesia católica, dedicada a celebrar la asunción de María en cuerpo y alma al cielo. Esta fiesta en nuestro país tuvo mucha importancia. Multitud de iglesias le están dedicadas, entre ellas mi catedral de Girona. Y ahora más que nunca puedo decir mía, porque he vuelto a vivir en el obispado de Girona, en Sant Feliu de Guíxols. También le está dedicada la iglesia parroquial de Castelló d'Empúries, que debido a su magnificencia gótica, mucha gente llama la catedral de Castelló. Pero nunca lo ha sido de catedral. Supongo que los condes de Empúries bien querían que Castellón fuera un obispado, pero nunca lo fue. Y es que una catedral es la sede de un obispo. Que el edificio sea magnificente nada tiene que ver con que sea una catedral. Simplemente, para ello, debe ser la cátedra de un obispo. Los turistas creen que la Sagrada Familia de Barcelona es la catedral, pero se equivocan, claro. En Gerona, cuando yo era pequeño, se celebraba la fiesta del quince de agosto con gran magnificencia y esplendor. El retablo gótico brillaba como una brasa ardiente bajo el baldaquino de plata y el señor obispo, entonces el doctor Cartañà, presidía la misa pontifical. El señor Francesc Civil, el organista, ponía en el instrumento los registros más festivos y estallantes, la trompetería sonaba apoyada por los bajos del pedalier, y sobre el ahora románico del altar mayor, sobresalían las flores blancas, gladiolos solemnes y nardos perfumados. El sol se filtraba por las vidrieras góticas del ábside y la luz que reverberaba en la fachada de poniente convertía el gran rosetón con la imagen de María asunta en un recordatorio glorioso de la fiesta que celebrábamos. Detrás de la gran baluerna del órgano, la caja de higos, como llamaba la gente, se montaba una gran baluerna barroca, que todos íbamos a visitar: era el llamado lecho de la Virgen. Allí, una imagen yacente de María, rodeada de angelitos, esperaba su asunción. Más flores, claro, más gladiolos blancos y más nardos y también dalias blancas que no huelen. Pero no era necesario, porque nubes de incienso cargaban la atmósfera de la nave única en el mundo. La emoción era profunda y la memoria recuerda aquella emoción y la hace inseparable del quince de agosto, de la Virgen de Agosto.
2. A partir de ahora, estos primeros días de agosto, irán unidos al recuerdo de Àlex Susanna, que hace tan poco que nos dejó. Era mucho más joven que yo, nos llevábamos quince o dieciséis años, toda una generación, en caso de Ortega y Gasset. Lo conocí precisamente en Girona y tengo un recuerdo inicial de él en la calle de la Argenteria, seguramente subiendo o bajando de la catedral. Era un chico encantador, primo de amigos míos, y mantenía que además de la poesía nos unían dos cosas importantes. Nuestro pasado monástico común, el suyo, budista, el mío, benedictino, y nuestro común amor por la pintura. Y por el arte en general. Ambos admirábamos Maillol. De hecho, la última vez que lo vi, con Núria y Dolors, almorzando en el Giardinetto de Barcelona, ya muy desmejorado, estaba a punto de marcharse a París, donde había comisariado una exposición de Maillol en la Galería Dina Vierny, que lleva el nombre de la última modelo del gran escultor. Confiaba en que el tratamiento que recibía funcionaría bien y que, aunque la enfermedad ya no le dejaría nunca, podría continuar con sus trabajos y aficiones. Quedamos que repetiríamos el almuerzo y que si era posible nos beberíamos ese buen borgoña que nos teníamos prometido. Cuando era director de la Fundación Caixa de Catalunya, que presidía Narcís Serra, estuvo organizando una gran exposición dedicada a Ronald Kitaj, el pintor americano anglicizado, amigo de David Hockney. Había hecho un trabajo ingente y había logrado que le dejaran muchos cuadros importantes. Kitaj había vivido unos años en Sant Feliu de Guíxols y se hizo amigo del entonces alcalde socialista Josep Vicente. Le hizo un par de dibujos preciosos. Cuando ya lo tenía todo preparado y atado, Narcís Serra le dijo: ¿Kitaj?, ¿y quién es éste? La exposición nunca se hizo. Y los catalanes nos quedamos sin ver esas magníficas pinturas… También compartíamos el amor por Morandi y una vez le regalé un dibujito de clara inspiración morandiana.
Álex era encantador, ya lo he dicho, entusiasta, delicado. Y ahora estoy triste cuando creo que ya no nos veremos nunca más. Que ya nunca hablaremos de Maillol, de Morandi, de Kitaj. Maldita muerte, dije en el funeral de un amigo, Quim Garriga. Ahora lo vuelvo a decir.