La credulidad del xenófobo

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Una mujer camina por el barrio del Raval de Barcelona, junto al MACBA.

Es entrañable ver cómo el xenófobo se traga todo lo que le dicen para exorcizar su miedo a los extranjeros. Ahora le han anunciado que expulsarán a cuatro ladronzuelos reincidentes y con ello se acabarán todos sus problemas. El xenófobo, inocente, ha mordido al anzuelo populista. La escenificación que hizo Junts de la supuesta gran victoria en materia de inmigración ha hecho creer a mucha gente (ya son ganas de creer, ya) que realmente habrá un antes y un después del pacto tan publicidad. "¿Ha visto qué gol les ha clavado el Puigdemont?", me preguntaba un taxista el otro día minutos antes de que yo le pagara la carrera con mi dinero de inmigrante que no rechazó, pese a ser yo una de estas impuras dignas de ser puestas bajo la lupa de un control social específico. Calla, va, calla, me dije. No te pondrás ahora a discutir con ese señor. Pero no sé estar, porque cuando me callo cojo contracturas y el fisio es muy caro. “Si no fuera por la inmigración, Catalunya tendría dos millones de habitantes”, dije yo, y fue como abrir el grifo de los tópicos que culminó con no sé qué sobre el Soros y su supuesto objetivo de diluir a las sociedades .

Vistos fríamente, los xenófobos resultan entrañables por su ingenuidad frente a los políticos. En el ejemplo del supuesto pacto de Junts con el gobierno del Estado, no se sabe absolutamente nada sobre su contenido pero en el imaginario de un sector de la opinión pública catalana ya ha quedado fijada la idea de que a partir de ahora en Catalunya se podrá controlar la inmigración. No tenemos fronteras pero podremos controlarlas, ¿qué tiene de extraño esto? La expulsión de cuatro carteristas será la solución de todos los problemas: se acabará la inflación, bajarán los precios del alquiler, se salvará el catalán, las enfermeras dejarán la huelga, se acortarán las listas de espera, el nivel educativo será de Harvard, y, ¿quién sabe? quizás también lloverá y podremos atar los perros con salchichones. Poco que saben quienes se han alegrado de la buena nueva que Catalunya ya tiene muchas competencias en inmigración, que incluso existe un Pacto Nacional para la Inmigración. Teniendo competencias en educación, por ejemplo, podría lucharse contra la segregación escolar. La política lingüística, no lo recuerdan los lepenistas nostrats, fue pasada por la tijera de los recortes por los mismos que ahora dicen estar preocupados por la lengua, incluidos los cursos para recién llegados. Tampoco saben, los adeptos a la causa de la exclusión, que los ayuntamientos tienen el poder de emitir informes tan importantes para los inmigrantes como son el de vivienda para realizar el reagrupamiento y el de arraigo social para obtener permiso de residencia.

Pero el xenófobo está contento, y no seré yo quien le agua la fiesta para explicarle que su manera de ver las cosas es puro pensamiento mágico. Ante la impotencia de no poder alcanzar metas tan ambiciosas como la independencia de Catalunya, cree que recuperará la temple persiguiendo cuatro muertes de hambre. En otras sociedades, más tribales, más salvajes, no tan evolucionadas como esta Dinamarca del Sur, se escogía a alguien, generalmente una mujer joven y virgen, para ser sacrificado al fuego purificador y apaciguar así la furia de los dioses. Buscar un chivo expiatorio ha sido siempre una forma de conjurar el miedo, la incertidumbre y la sensación de falta de control sobre el propio destino, el desasosiego que provoca saberse en manos de los elementos. Así es exactamente cómo funciona hoy en día esta deriva que culpa a los inmigrantes de todos los males. Una deriva que pronunciada por Vox no dudamos en tachar de fascista, pero que en boca de Junts nos parece de lo más razonable. No es ninguna novedad, ninguna sorpresa: tienen a mano eslóganes de Albiol, Anglada y Duran i Lleida que pueden reciclar, como aquel "aquí no cabemos todos" del 2008. Ahora, que yo todavía no sé quién sobra, aquí, si los inmigrantes o los racistas que tratan de canalizar sus frustraciones estigmatizando a un sector de la población que no se puede defender porque no tiene ni voz ni voto.

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