Crítica de música

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Palomas sobre una mesa de la terraza de un bar en Barcelona.

El crítico de música pide un café con leche en vaso con ademán serio. “Uncafemlletamgot”, dice. Se sienta en la mesa del rincón y abre el ordenador. En su casa están haciendo obras y no hay quien trabaje, entre el ruido y el polvo. "Un espectáculo sin hombro", teclea, con las cejas corrugadas y la boca como una U al revés. Son las nueve de la mañana, y tiene dos horas para enviar la crónica del concierto de ayer, de unos debutantes que tienen mucho éxito, que le parecen patéticos. En la mesa de al lado hay una mujer que ha pedido bocadillo de queso y que ahora se mira el diario en el móvil. Dos abuelas, con el carro de la compra, desayunan con cava. Un hombre, solo –que ya se ve que es profesor– come bocadillo de jamón.

En los altavoces suena un programa despertador. Un oyente pide Just my imagination, de los Cranberries y la ponen después de anunciar la hora. El crítico, que odia la voz de la cantante, se sorprende a sí mismo encontrando la canción “agradable”. Aprovecha para ir al baño, moviendo, imperceptiblemente el cuerpo. ¿Qué le ocurre? De repente, esas palabras ridículas –“Justo my imagina... my imagination...”– tienen un sentido del todo trascendente. Cuando vuelve, no se sienta todavía. No puede. Taralea. Y el hombre solo sonríe con complicidad y mueve la cabeza, discretamente, siguiendo el ritmo. A la mujer, en cambio, no le importa demostrar el placer y mirándolos, con ojos risueños, canta: “Me and you-u...”. Las abuelas aplauden.

La siguiente canción es When I'm sixty-four, de los Beatles. Esta vez, las abuelas hacen: "Oooh!" y se ponen en pie. El camarero, que es el dueño del bar, deja de mojar pan y pone una copa de cava a quienes no la tienen. Las dos abuelas se agarran de la mano para bailar. “Tú haces de hombre”, dice una. Y comienzan el ritmo de un foxtrot (dos largos, dos cortos). El crítico, no entiende por qué, no puede entenderlo, también se pone a bailar. Lo hace desde un estado irónico, pero la coartada es sólo para él, los demás simplemente creen que es torpe. Cuando puede, sin dejar de seguir el ritmo, se acerca a la mesa y cierra el ordenador.

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