Los cruceros y la Barcelona habitable

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Uno de los cruceros amarrados al Puerto de Barcelona

Han vuelto los cruceros en Barcelona. Este fin de semana el puerto hará el pleno con 13 barcos con una capacidad total de 58.000 personas. Entre ellos hay el más grande del mundo, el Wonder of the seas. Durante mayo se prevé que hagan escala en la ciudad más de 125 grandes barcos, una veintena más que el mismo mes de hace tres años (104). Antes del covid, la ciudad ya atraía a unos tres millones de cruceristas al año y era la líder del sector. No parece que se vaya por el camino de romper esta tendencia: la demanda del público que quiere venir a Barcelona (por tierra, mar y aire) es una realidad incontestable y, en el caso de los cruceros, ni las compañías ni el puerto ni el gremio turístico están dispuestos a renunciar a ello.

Con un gobierno municipal dividido, cuesta saber cuál es la política de la ciudad al respeto. Parece lógico que Colau diga que hay que poner límites, como ya han hecho Palma o Venecia, pero es preocupante que después de dos años de pandemia todavía no concrete cómo. No se ha aprovechado la parada forzada para pensar de verdad ni todavía menos para buscar un acuerdo, que no solo tendría que ser con el PSC de Collboni, que tiene al cargo la concejalía de Turismo, sino también con los principales grupos del consistorio y con los agentes de la ciudad, es decir, tanto con los sectores económicos interesados como con la oposición vecinal y el movimiento ecologista.

Barcelona tiene en el turismo, incluidos los cruceros, una gran fuente de riqueza. No puede renunciar del todo ni de golpe, pero es suicida no regularlo más. La cuestión es cómo hacer compatible los cruceros con una ciudad habitable para los barceloneses y atractiva para los visitantes, porque la masificación también acaba perjudicando el mismo turista. Y cómo hacer el turismo sostenible en términos ambientales, una cuestión muy relevante en el caso de los cruceros. Ahora mismo, Barcelona es la ciudad europea más castigada por la contaminación derivada de los cruceros: tiene el puerto europeo con más azufre, óxidos de nitrógeno (los temidos NOx, que mantienen en el punto de mira a los vehículos diésel) y también micropartículas contaminantes. Hay una propuesta para crear en el Mediterráneo una zona de control de las emisiones de óxidos de azufre (SOx) que tiene que discutir la Organización Marítima Internacional (OMI) y que se prevé que entre en funcionamiento el 2025. ¿Por qué Barcelona no se pone al frente?

La carencia de rumbo hace que, de hecho, ni siquiera se esté cumpliendo el acuerdo firmado entre el Puerto y el Ayuntamiento el 2018, según el cual las terminales de cruceros se tenían que concentrar en el muelle adosado, más alejado de la ciudad, y se tenían que permitir dos nuevas y más grandes –una a cargo de MSC y la otra de Royal Caribbean– para sustituir las del lado del World Trade Center. Otra vía que parece razonable, y que tampoco se ha aplicado, es potenciar los cruceros que empiezan y acaban en la ciudad (ahora son el 60%) y rechazar los que solo hacen parada unas horas. Y después hay la tasa turística, que ya se aplica a los cruceristas y que quizás habrá que reforzar.

Como ciudad portuaria y abierta al mar, Barcelona tiene que aprender a vivir con los cruceros, pero no puede permitir que el exceso acabe siendo un perjuicio.

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