Donald Trump en una reunión de su gabinete en la Casa Blanca el pasado 24 de marzo.
25/03/2025
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1. Ridículo. Cuando ves cómo Netanyahu liquida rápidamente cualquier expectativa de tregua, cuando a las agresiones sistemáticas sobre Gaza se añade una ofensiva en Cisjordania por la expulsión de los palestinos, entonces es sólo desde la ignorancia, la impotencia o la complicidad que se puede entender que todo el mundo mire hacia otro lado, como si todo el mundo mire hacia otro lado.

Hace pocos días nos escandalizaba el vídeo hecho con IA en el que Trump y Putin tomaban el sol en una Gaza convertida en Riviera mediterránea de lujo. Era tan ridículo que quise pensar que era una cruel ironía de los enemigos de Trump. Pues no, al presidente no le da vergüenza, al contrario, le sirve para llevar al límite su miserable economía del deseo. Sería feliz haciendo real un escenario como aquél, fruto de la mentalidad de quien cree que todo el mundo debe estar a su disposición. Es la encarnación del nihilismo: atrapado en un ego desatado –indicio de una inseguridad de fondo–, cree que todo le está permitido. Sólo así se explica que fuera él quien, sin vergüenza alguna, acelerara la difusión del vídeo. Un personaje sin sensibilidad hacia los demás, incapaz de considerar ya no a los enemigos sino a cualquier grupo como personas.

El sentido del ridículo, cuando uno vive de convertir sus delirios en realidad, es inexistente. Y, sin embargo, no es broma. Trump nos ha ofrecido un ejercicio más de crueldad mental que, a la vista de los movimientos militares de Israel de estos días, podría acabar siendo realidad. Objetivo, la expulsión de los palestinos. ¿Nadie reaccionará? Y, sin embargo, mientras muchos judíos, especialmente los más formados, van marchando de Israel, todavía hay gente como el escritor israelí Dror Mishani, que explica en Le Monde que se cree con el deber de quedarse "para intentar combatir a la extrema derecha", en un momento en que "el traumatismo del 7 de octubre ha hecho de Israel una sociedad obsedida por la venganza". Y apunta al eje del problema: si realmente se hubiera buscado la paz, "habríamos considerado a los palestinos iguales, liberados de nuestra tutela". Pero la paz nunca ha querido buscarse. Es sobre la guerra que se sustentan Netanyahu y los suyos. Y no se vislumbra cómo romper ese círculo vicioso, con las izquierdas israelíes entre el desconcierto y la desmovilización y el mundo mirando a otro lado.

2. Desbarajuste. Y mientras en Europa sigue la representación de la impotencia. Poco a poco se van descubriendo las trampas. Aunque parte de las derechas le han comprado el discurso y ya juran por él, Trump empieza a dar señales de desconocimiento de las relaciones de fuerzas y de ignorancia de la realidad. Su ego le lleva a sobreactuar a la hora de marcar el paso. Una táctica poco hábil, porque no le ayuda a hacerse una idea realista de las cosas: incomoda al socio potencial y le coloca a la defensiva.

En política es esencial la capacidad de captar la sensibilidad del adversario. Trump quiere dar las cosas por hechas, marcar el territorio a su antojo convencido de que los demás le dirán que sí a todo. Y ha pasado lo que era evidente: Putin le ha ido dejando hacer, poniéndole, a la hora de la verdad, obstáculos a cada paso. Putin no tiene ninguna prisa. Y disfruta cada vez que Trump se atasca. ¿Y quién lo sufre? Europa, que se siente impotente cuando ha visto que, por razones distintas, Estados Unidos, Rusia y China (en un segundo plano desde el que cobra más de lo que arriesga) se sienten cómodos viendo nuestra frustración.

En este contexto era muy relevante, el pasado domingo, la entrevista de Esther Vera a Martin Baron, ex director del Washington Post, uno de los grandes diarios liberales americanos, ahora en manos de Jeff Bezos, miembro de la tecnocasta que apoya a Trump, y en el que sus periodistas intentan defender la profesión pese a que el propietario "ha restringido los artículos de opinión a quienes defienden el libre mercado y las libertades personales". Baron no duda de que Trump es un autócrata en ciernes, y expresa su temor a un desplazamiento de Estados Unidos hacia la vía autoritaria. Una advertencia que nos interpela a los europeos, convertidos en jefe de turco de la enmascarada lucha por la hegemonía que tiene en Trump descolocado, porque Putin le ha tomado el tamaño y juega con él sin reparos, mientras China hace camino para capitalizar el desaguisado general.

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