Desigualdad. La élite económica mundial aterriza en Davos. Gigantes tecnológicos, jefes de gobierno y ministros, banqueros, ejecutivos y capitostes de fondos de inversión, filántropos, académicos y activistas, todos reunidos cerca de la cima de la montaña mágica de Thomas Mann. El espectáculo del capitalismo globalizado y financiero, reunido bajo el lema “Reconstruir la confianza”, parece, al menos, una ironía. ¿Cómo rehacer la confianza en un mundo cada vez más desigual, con la pobreza extrema al alza por primera vez en dos décadas? ¿Con unas élites cada vez más enriquecidas y unas finanzas públicas, dependientes de un crecimiento ralentizado, y sin margen para más sacudidas?
La ONG Rescue.org, que ha dibujado el mapa geográfico de esta pobreza extrema, explica cómo existen zonas del planeta golpeadas por una triple amenaza, donde confluyen desigualdades profundas, impactos climáticos y la fragilidad de los conflictos que se acumulan en todo el mundo. El 80% de la población de los 13 países menos desarrollados del mundo viven una pobreza extrema. Unos niveles nunca vistos desde principios de 1990.
Monopolios. Hay todo un mundo en el que “la gente sobrevive a pesar de sus líderes”, como le oí decir, hace tiempo, a la profesora del King's College Funmi Olonisakin; un mundo en el que las democracias están secuestradas por los intereses de unos pocos, que hoy visitan los hoteles de lujo de esta estación balneario.
Por eso, el informe sobre la desigualdad, que Oxfam publica cada año coincidiendo con el Foro de Davos, denuncia los grandes monopolios privados que "actúan como los gobiernos, regulan como gobiernos, y compiten por el poder con los gobiernos". El poder corporativo alimenta la desigualdad y los gobiernos los han ayudado a hacerlo. El valor de Apple equivale a todo el PIB de Francia. Las cinco mayores corporaciones del mundo juntas tienen un valor superior al PIB combinado de todas las economías de África y América Latina y el Caribe. El recuerdo de Ulrich Beck, cuando hablaba del "poder de los impotentes", queda amortiguado por la exhibición opulenta de estos guardianes y señores de su propio mundo.
Legitimidad. Estamos ante un mundo frágil, dominado sobre todo por tres guerras: el conflicto Rusia-Ucrania; Israel-Hamás, y “la guerra estadounidense contra ellos mismos”, como lo describe el informe de prospectiva del Eurasia Group para este 2024. El fantasma de Donald Trump ya sobrevuela Davos, convertido en factor de riesgo y especulación permanente.
La carrera electoral ha comenzado en Estados Unidos. Y, al frente de las encuestas, reina un expresidente acusado, entre otros delitos, de connivencia con la insurrección del 6 de enero del 2021. La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, admitía abiertamente que un posible regreso de Trump a la Casa Blanca sería "claramente una amenaza".
La legitimidad y funcionalidad del sistema político americano lleva años acumulados de erosión. El Partido Republicano ha quedado secuestrado por el trumpismo –sea cual sea el veredicto judicial sobre las opciones del expresidente de volver a presentarse–. El trumpismo marca la agenda y la retórica. Ron DeSantis, otro potencial candidato de los republicanos a la presidencia, tachó, el año pasado, el Foro Económico Mundial de "amenaza a la libertad" dirigida por China. El gobernador de Florida advirtió de que cualquier política surgida de Davos quedaría liquidada al llegar a su estado.
Los caucus de Iowa son solo el pistoletazo de salida de unas elecciones que se decidirán, muy probablemente, por unas decenas de miles de votantes en un puñado de estados, pero que incidirán directamente sobre la seguridad, la estabilidad y las perspectivas económicas del mundo.
La democracia de Estados Unidos se ha convertido en el paradigma de la degradación de un sistema debilitado y maltratado por los intereses de unas élites muy concretas, que ahora se miran de reojo, esperando eventos.