La decepcionante resignación con el inglés de los universitarios

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Una iimatge de archivo de la Universidad  Autonoma de Barcelona

La decisión del Consell Interuniversitari de Catalunya (CIC), donde están representados el Govern y los centros universitarios, de renunciar a pedir a los estudiantes graduados el nivel B2 de inglés si quieren obtener el título supone un evidente paso atrás. Se puede disfrazar de muchas maneras, pero los hechos son los hechos: ya no habrá una norma que haga que todos los licenciados tengan un mínimo común. Y si no está esta exigencia, proliferarán las vías para escabullirse y las excusas para la laxitud. El resultado será que, como país, continuaremos en las posiciones de cola en conocimiento del inglés. Esto nos restará competitividad económica y académica.

Constatar esto es desesperante. Una decisión así es un reconocimiento de impotencia colectiva como país, es la aceptación de que no lo conseguimos. La medida fue aprobada en 2014, pero su aplicación se ha ido aplazando hasta decaer, al parecer, definitivamente. ¿Cómo puede ser que haya pasado esto? ¿Estamos ante un ataque de realismo o más bien de una política de resignación? Y la otra pregunta clave es: ¿qué se ha hecho durante estos casi ocho años para que aquella exigencia se pudiera hacer efectiva? Pero interrogantes hay muchos más: ¿qué medidas concretas y efectivas se han tomado desde el mundo universitario y en todos los ciclos previos educativos? ¿Qué seguimiento y qué evaluación se han hecho para ver si, año tras año, se iban logrando los niveles deseados? La sensación es que nadie se lo ha tomado en serio ni ha querido o sabido liderar la necesaria mejora. Y por eso ahora nos encontramos así, tirando la toalla.

El nivel B2 de inglés (equivalente al First Certificate de la Universidad de Cambridge) es el mínimo exigible a cualquier persona para que pueda desarrollarse en esta lengua a un nivel básico. También es lo que se pide a un profesor de primaria para impartir clases en inglés (solo 5.083 maestros tienen este perfil acreditado), mientras que en secundaria ya se exige el C1 (Advanced): lo tienen 4.463 profesores. Teniendo en cuenta que en Catalunya hay más de 5.400 centros educativos, no hay ni dos docentes por centro que puedan dar clases en inglés. El problema, pues, viene de la base del sistema educativo, pero esto no justifica la resignación por arriba. En algún punto y en algún momento se tiene que empezar a subir el listón o, de lo contrario, la progresión será muy lenta, o peor todavía: no será. Y por otro lado, igualar por lo bajo en realidad a quien perjudica al final es a los de abajo, porque los que se pueden pagar academias privadas y estancias en el extranjero lo harán. Por lo tanto, la solución es subir el listón y poner los medios (becas, profesores) para que todo el mundo lo pueda lograr en igualdad de condiciones.

En realidad, un estudiante universitario (no ya un graduado, que también) tendría que poder leer, hablar y entender el inglés, que es la lingua franca mundial, con fluidez, es decir, no al nivel B2, sino al nivel C1. De hecho, la mayoría de universidades europeas (y de otros continentes) exigen el equivalente al C1 para los estudiantes extranjeros que vayan a hacer estancias de Erasmus. Pues ahora resulta que Catalunya puede producir graduados que no tengan ni el B2. Se mire como se mire, esto es un fracaso. No nos lo podemos permitir.

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