Hay una derecha (extrema y no tanto) que pide y exige a los inmigrantes que se integren, pero nunca ha explicado en qué debería consistir esta incorporación a la sociedad de acogida que, por ser democrática y libre, es intrínsecamente diversa . Ya lo era antes de que los recién llegados aportaran sus notas de color al paisaje humano autóctono. Si un extranjero aterriza hoy mismo en cualquier ciudad catalana, pongamos por caso, ¿cómo y en qué debe integrarse? ¿Debería enfundarse en unas mallas estrechas de las que llevan las chicas para ir al gimnasio o en un traje de los que llevan los oficinistas? ¿Debería mostrar el pelo blanco sin teñir o debería inflarse la cara de bótox? ¿Debería llenarse el cuerpo de tatuajes o hacerse unas rastas? ¿En qué supermercado debería comprar? ¿Debería ser omnívoro, vegetariano o vegano? ¿Debería comprarse un coche híbrido, eléctrico o diesel? ¿Debería llevar a sus hijos a una escuela pública oa una concertada? ¿Debería ser de derechas o de izquierdas? ¿Debería hacerse feminista o defender un modelo de roles de género tradicional? ¿Se consideraría integrado un inmigrante que lleve a su hija a una de estas escuelas del Opus que segregan por sexos? ¿Se vería como ejemplar el hecho de que pasara a formar parte de un sindicato para defender sus derechos? Y si quiere tener los mismos derechos, ¿la derecha lo seguiría considerando bien integrado? Lo digo porque a menudo este sector del arco político da mensajes contradictorios al respecto: exigen la integración, pero son partidarios de poner trabas específicas a quienes están en este proceso. Por ejemplo, creen que deben endurecerse los requisitos para obtener los permisos de residencia o la nacionalidad. ¿Cómo debes integrarte si no puedes votar ni tener las mismas oportunidades que los demás? A la derecha tampoco se ve con malos ojos que la mayoría de población recién llegada tenga que cobrar salarios más bajos. Esto, de hecho, siempre le ha ido bien y aunque no de discurso, en la práctica han contribuido más a la llegada de sinpapeles que la izquierda. Si además se puede hacer algo de presión sobre la clase trabajadora y rebajar las conquistas laborales, mejor. Más que una contradicción es pura hipocresía. Como lo es que se sigan fomentando y perpetuando los mecanismos de segregación que hacen que los últimos en llegar tengan que vivir en los barrios en los que los autóctonos no quieren vivir. Hay pisos que no se alquilarían nunca si no fuera que a los inmigrantes no les dejan vivir en ningún otro lugar. O sea que no, la derecha no quiere la integración, sino la exclusión.
Ante este panorama esperaríamos que la izquierda hiciera bandera de una integración real que permita a los nuevos ciudadanos tener los mismos derechos y deberes que sus vecinos, que facilite la burocracia administrativa, que luche contra la segregación urbanística y escolar y que defienda la adquisición, por parte de los recién llegados, de los principios fundamentales de las democracias en las que viven. En lugar de eso existe un sector que, comprando siempre el marco de la extrema derecha y, por tanto, validándolo, se dedica a decir que la integración es fascista. No sé a cuántos inmigrantes lo han preguntado porque algunos de esos intelectuales de izquierdas formados en universidades de prestigio tienen la costumbre fea de hablar en nombre de quienes dicen defender. Queriéndolo o no acaban promoviendo un comunitarismo en el que, mira por dónde, proponen la misma solución que quiere la extrema derecha: cada uno con los suyos, sus normas y valores culturales, una confortable reserva india de esencialismos.
Mientras unos y otros deciden y discuten sobre los inmigrantes sin los inmigrantes, en la vida real las personas hacen lo que pueden por vivir con normalidad y se esfuerzan por integrarse en la única condición mínimamente digna: la de ser simplemente personas.