Después de la amnistía, ¿qué?

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Pedro Sánchez llegando al Congreso de los Diputados

El protagonismo de Catalunya para entender los últimos años de la política española –una etapa de más de una década– quedó comprobado ayer una vez más de forma rotunda en el Congreso. Pero tristemente comprobado. La primera jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez –sobre todo en cuanto a su choque con Alberto Núñez Feijóo– giró prácticamente de forma monográfica en torno a una sola palabra, amnistía. Para mí fue la constatación de que deberíamos ver este momento como la oportunidad de pasar página y salir del bucle de los últimos años. No como una actitud de renuncia, sino para dejar de derrochar energías.

El líder socialista ya tiene lo que quería –lo tendrá formalmente hoy– y, una vez recibido el apoyo del conjunto de partidos con los que ha negociado, puede concentrarse en la formación de su nuevo gobierno. Ha jugado fuerte, y ha salido adelante. El precio pagado ha sido introducir una gran tensión en la vida política por el contenido de los acuerdos que ha suscrito. Es precisamente porque era consciente de ese riesgo que durante la campaña electoral no habló en ningún momento a favor de la amnistía. Sánchez sabía cuál sería la reacción de la derecha y la extrema derecha del país y hasta qué punto crisparía el ambiente. Pero la apuesta le salió bien. Será presidente por segunda vez.

Quienes le han ayudado a conseguir su propósito deben ser ahora mínimamente coherentes, y entender que el compromiso adquirido no ha sido sólo para evitar la cárcel o para librarse del resto de pena que les quedaba por cumplir, como la inhabilitación inherente al delito de malversación, por ejemplo. Las previsiones económicas a medio plazo no son halagüeñas. La legislatura que ahora comienza también estará llena de dificultades. Ojalá el retorno a la política comprenda todas las áreas. No serán los observadores internacionales quienes nos librarán de la inflación ni de las dificultades de muchas familias y gente joven que no pueden atender sus necesidades básicas. Por eso conviene que las fuerzas políticas de la alianza de la investidura sepan administrar ahora con responsabilidad los réditos de la victoria política conseguida.

Feijóo ha vuelto con este debate a la casilla de salida. Desde que puso los pies en Madrid su objetivo ha sido aprovechar la primera ocasión para devolver al PP al Palacio de la Moncloa. Le dijeron, tantos y tantas veces, que lo tenía hecho, que el desgaste de Sánchez era tan fuerte y que el PP ganaría las siguientes elecciones sin bajar del autobús, que se lo creyó. Pero ahora ha comprobado que tendrá que esperar. No sabemos si la nueva legislatura será muy larga. Sea como fuere, Feijóo tendrá tiempo ahora para planificar mejor su estrategia y discurso, también sobre Catalunya. Lo ocurrido ayer era previsible y consistió en un desahogo intenso contra Sánchez por haber logrado lo que el líder del PP no podía ni proponerse. Lo demuestra el intento de Feijóo de iniciar una conversación política con los independentistas en general y con Junts en particular durante los meses transcurridos desde las elecciones del pasado 23 de julio.

Cuando acabe el psicodrama del debate sobre la amnistía será necesario, en suma, comprobar cómo ha quedado el patio y hasta qué punto el muro para cerrar el paso a una alternativa de centroderecha y extrema derecha es capaz de sacar adelante un programa coherente y de enviar mensajes que generen confianza en amplios sectores sociales. Me cuesta entender, en este contexto, la posición de los empresarios representados por la CEOE sobre los acuerdos de investidura, así como las manifestaciones de jueces frente a algunos edificios judiciales. Cada uno tiene un papel que cumplir y la democracia supone un cierto reparto de resortes en muchas manos, un sistema de controles y contrapoderes basado en que todo el mundo ocupe el lugar que le corresponde. Las manifestaciones frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid han sido estos días el peor ejemplo de una reacción equivocada y, en sentido amplio, violenta frente a las posibles consecuencias de los pactos para permitir la investidura. Pero otros no han sabido jugar el papel que les corresponde y se han excedido.

Los partidos independentistas han dicho que los pactos de investidura no son el final de ningún camino, sino un punto de partida para conseguir nuevas metas. Yo considero que este punto de inicio no debe llevar de nuevo a luchas estériles por forzar cambios radicales en el sistema de reparto del poder territorial. Junts, en particular, debería ser sensible a los mensajes que tanto Sánchez como el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, les dirigieron ayer. No será fácil superar las desconfianzas mutuas. Pero deberá intentarse con honestidad.

José María Brunet es periodista
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