Ser demasiado sexy te puede llevar a la extinción
Algunas especies en las que los machos dedicaron muchos recursos para atraer hembras se han acabado extinguiendo
La reproducción sexual es un gran invento evolutivo, ya que genera nuevas combinatorias genéticas en los descendientes que nunca son iguales a los padres a pesar de compartir muchas características. Curiosamente, sólo se reproduce así un grupo menor de especies, entre ellas los humanos, que tienen dos sexos diferenciados, los machos, productores de esperma, y las hembras, productoras de óvulos. Por el contrario, el resto de seres vivos, que son la mayoría de especies de nuestro planeta, se reproducen asexualmente generando descendientes clónicos; es el caso de millones de especies de bacterias y arqueas, entre otras.
En el caso de la reproducción sexual, las nuevas combinaciones genéticas permiten que los descendientes puedan sobrevivir mejor a cambios ambientales. Los individuos más adaptados dejan más descendientes que a los no adaptados. De esta forma, la selección natural va depurante aquellas variantes genéticas menos adecuadas para el ambiente presente y preserva las que mejor sobreviven. Ahora bien, la reproducción sexual tiene un factor determinante: es necesario encontrar pareja de sexo diferente. Y claro, no es lo mismo la fecundación externa, como los peces, que sueltan óvulos y espermatozoides de forma sincronizada para facilidad la fecundación, que la fecundación interna, en la que los machos introducen su esperma dentro del útero de las hembras para fecundarlas.
La fecundación interna es inevitable en el ambiente terrestre y la estrategia de las especies cambia mucho, porque los óvulos son muy costosos de obtener y deben contener todo el alimento que permitirá al embrión desarrollarse, mientras que los espermatozoides pueden producirse en masa, en órdenes de magnitud superiores al número de óvulos producidos por las hembras. Y aquí es donde está la verdadera competición para ver qué macho se lleva a la hembra o hembras y consigue fecundar sus valiosos óvulos. Esta competición no es trivial, y existen especies (no entraremos en la humana) que invierten muchos recursos energéticos para que los machos se presenten de la forma más atractiva posible a las hembras. ¡Y es que de eso depende el número final de descendientes! Hay tres estrategias básicas: seducir a las hembras; ser agresivo con otros machos para eliminar la competencia y ganar a las hembras; o ser muy efectivo en la fecundación, produciendo más esperma o fecundando más hembras. Simplificante: seducción, agresividad o efectividad.
Tres estrategias
En muchas especies animales, la seducción por parte de los machos es evidente, como los pavos reales con sus magníficas colas de plumas de colores, pero también en otras especies, los machos despliegan colores y formas diferenciales, cantos o gritos característicos, o bailes complejos para atraer a las hembras. En cuanto a la agresividad, es conocida la lucha entre machos con cuernos, tales como ciervos y renos. En otros casos, los machos están tan obnubilados por las hormonas masculinas que acaban atacando a las hembras, lo que pone en peligro su supervivencia. Esto sucede en el lagarto común (Lacierta vivipara), en el que el macho puede morder a la hembra provocándole heridas mortales; o la rana común (Rana temporaria), en la que muchos machos, en verdaderas “orgías explosivas”, intentan montar a la vez la misma hembra, lo que acaba provocándole la muerte por asfixia, aplastada bajo un pilar de machos. En muchos casos, también, las hembras se hacen las muertas para rehuir a un macho no deseado, adoptando un estado de atonía muscular profunda. Permanecen así hasta que el macho las deja, aburrido, y entonces, ellas resucitan y huyen.
La tercera estrategia, la inversión en eficiencia reproductiva es más sutil. Por ejemplo, en especies de pato monógamas, el pene es corto y simple y el útero también; por el contrario, en especies donde el pato macho fecunda a muchas hembras, el pene es más largo y retorcido en espiral para retener a la hembra y dejar más esperma; pero entonces la selección también ha hecho que las hembras tengan el útero retorcido en espiral en sentido inverso, y pueden recoger en un saco ciego el esperma del solícito macho no deseado.
¿Inversión útil o inútil?
¿Toda esta inversión en los machos es selección natural en acción? ¿O gasto energético inútil que podría ser usado para generar descendientes viables que mejor sobrevivan? Ésta es una gran discusión en el campo de la evolución de la reproducción sexual. Sin embargo, existen evidencias que demuestran que intentar ser tan sexy puede causar la extinción de la especie. Esto se ha demostrado en los ostracodes, un grupo de crustáceos cubiertos con dos valvas (una especie de gamba dentro de un mejillón). Muchos de los fósiles que conocemos son ostracodas, ya que sus caparazones calcáreas perduran. Curiosamente, se pueden distinguir los dos sexos, ya que los machos son más alargados que las hembras porque deben hacer sitio a los genitales externos ya la bomba de esperma. Por tanto, podemos saber si un fósil de ostracode es macho o hembra. Pues bien, hay especies en las que el macho desarrolla un tamaño muy superior al de hembra, por tener unos genitales más grandes y potentes. En otras especies los dos sexos son más cercanos en tamaños e incluso los machos son algo más pequeños que las hembras. En el registro fósil, las especies de ostracodas que evolutivamente invirtieron más energía en tener genitales mayores se han extinguido mucho antes (10 veces más rápidamente) que las especies cuyos machos tienen un tamaño más similar a las hembras. La conclusión es que, al menos en lo que se refiere a los ostracodos, la línea evolutiva hacia generar machos “más sexis” no les salió a cuenta, ya que se han acabado extinguiendo.
¡Eso sí, la reproducción sexual sigue siendo una gran innovación evolutiva!