La arrugada alma rusa tiene hoy en el régimen de Putin una triste prueba de lo peor de su tradición política. Un escenario de cartón piedra con un megalómano que dice representar a todas las Rusias: violencia y temor a la imprevisibilidad del zar. Vladímir Putin está reescribiendo la historia con una arquetípica lógica soviética que le conecta con su pasado más siniestro. Matanzas, hambre inducida, anexiones de territorios y exilio político marcan el pasado y el presente de Ucrania. El presidente ruso se ha alimentado del conflicto fundido en Chechenia, en Georgia o en Crimea, y pretende hoy revertir la independencia de Ucrania, conseguida con la ruptura de la URSS en 1991, pero siempre en lucha por ser una democracia soberana y autónoma respecto a las garras de Moscú. Un excorresponsal en Rusia decía que con Putin "nada es verdad y todo es posible". La invasión de Ucrania por parte de una potencia nuclear agresiva y desafiante a las puertas de la OTAN tiene un potencial expansivo que hace temblar. La pregunta, vista esta rápida e implacable invasión, es hasta dónde tiene previsto llegar el presidente ruso. ¿Y Occidente, hasta dónde le dejará llegar? La Unión Europea y la OTAN no intervendrán fuera de su territorio, ¿pero asistirán impasibles a la apropiación lenta y segura de un país y a la imposición sobre quienes son sus vecinos? El derrumbe moral lo tenemos cerca y no podemos decir que no conozcamos la historia, por ejemplo, de Checoslovaquia (1938), Polonia (1945) y Hungría (1956).