El día de la muerte de un amigo

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El escritor Àlex Susanna

BarcelonaMe preparaba largamente para escribir así, amigo, ahora ya ausente (no se puede, no se puede llamar “muerte”), para explicar, un día –y ese día es hoy– que ya no te veríamos nunca más, y que todas las conversaciones, lecturas y polémicas tan divertidas ya desaparecerían para siempre en aquel jardín rodorediano, haciendo arroz y bebiendo vino (perdona: parezco una mala copia tuya, ahora) contigo preguntándonos a todos cómo estábamos y qué escribíamos, que eso nunca faltaba . Me parece que a ti ninguno de nosotros te lo preguntó nunca. ¿Cómo estás? Tú eras Álex.

Me preparaba, porque nos dijiste que tus días se acababan y teníamos que despedirnos. Ésta fue la frase exacta. Hablaste de días, no de vida o de existencia, porque era poco lo que te quedaba, y porque eres –eres, siempre serás– poeta y cada día eran mil años de júbilo, desdén por los que no ríen. La vida puede ser corta o larga y no depende de ti, pero cada día sí depende.

Qué mierda un obituario, una lectura cuando no estás –no podrás encontrar los errores– sin vino compartido, sin paseos, sin flipar muy fuertemente por los nombres de los animales y de las plantas. Perdóname, amigo, las cursiladas, a veces son necesarias y nos ayudan y nos confortan. Pasar por el mundo como tú, cuánta alegría. “¿Ha visto este cuadro? ¿Ha leído este libro? Jóvenes, por favor, este verano, comience por Zweig”.

Quisiera creer en la vida más allá de la muerte y pensar que nos soplas la nuca a todos cuando la derramamos. A todos aquellos que quedábamos por comer arroz y beber vino. Me cuesta mucho, porque tú, si tuvieras que demostrarnos que estás, que eres un espíritu, harías algo muy humorístico o muy inmortal, o una mezcla de ambas cosas, como que en el cielo apareciera un poema. No soplarías ninguna nuca. Ahora sonrío. Todos desolados miramos las flores de la calle, y tú no estás, pero habíamos hablado tantas veces... La última vez fue en tu despacho. Tú sentado, nosotros preguntándote por libros. “Que los jóvenes empiecen por Zweig”, dijiste ese día, cuando todavía pensábamos que todo era posible. ¿Qué abrazo extraño y salvaje nos daremos tus devotos amigos el día que nos toque –puta mierda– ir a decirte adiós?

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