Una Fiesta marcada
10/09/2022
2 min

La Diada llega este domingo en un momento especialmente delicado para el independentismo, dividido y sin un plan claro para lograr su objetivo, y de incertidumbre general para todo el país por las nubes negras que se entrevén sobre la economía. Aun así, la gran novedad es que la entidad organizadora de la manifestación, la Assemblea Nacional Catalana, ha subido el tono contra los partidos políticos y esto ha provocado una ruptura total con ERC, el partido que actualmente lidera la Generalitat. Esto hace que haya una cierta expectación por lo que pueda pasar este domingo, por la afluencia de gente, los discursos y el silbómetro, es decir, ver qué actores son increpados y cuáles aplaudidos. Sería un error, sin embargo, sacar conclusiones apresuradas. Por ejemplo, sería erróneo pensar que todo el mundo que vaya a la manifestación estará de acuerdo con los postulados de la ANC, puesto que también la convocan otras entidades, como Òmnium, que todavía mantienen el espíritu transversal del inicio del Procés. Por otro lado, también sería una equivocación considerar que una participación más baja es sinónimo de que el independentismo está acabado. Las cosas, por fortuna, son mucho más complejas.

Para empezar, lo que es urgente es neutralizar el peligro de que la Diada sea secuestrada por una minoría. El Once de Septiembre es la fiesta nacional de Catalunya e interpela a todos sus ciudadanos en el sentido de que expresa la voluntad de un país de persistir a pesar de todas las dificultades. Los debates sobre la estrategia para conseguir un estado propio no tendrían que esconder esta realidad. Convertir la Diada en un campo de batalla independentista no es solo un error para el mismo independentismo, que cada vez será más reducido y poco atractivo, sino un problema para la cohesión del país. En este sentido, los partidos tienen que dar un paso adelante y mostrar sus cartas sin miedo, aparcar para siempre jamás la demagogia y la retórica para pasar a dibujar caminos realistas y transitables. Para la independencia, claro, pero también para todos los retos que Catalunya afronta como país en un contexto tan difícil y que necesitan respuestas claras y contundentes. El otoño se prevé demasiado complicado como para asistir a batallitas estériles.

Cinco años después del 2017 hay que hacer un reset, afinar el diagnóstico y actuar en consecuencia. Y este proceso de reflexión colectiva tiene que ir mucho más allá de la ANC, tiene que involucrar a otras entidades, partidos, agentes sociales y toda la intelligentsia del país, que es mucha, lo cual a menudo se olvida. En realidad, al margen de la frustración que provoca la situación política, hay motivos para un moderado optimismo de país. Los indicadores económicos, la atracción de la marca Barcelona, la potencia de nuestros centros de investigación... todo esto también es el país, además de la historia. Y no olvidemos que los países se construyen y obtienen la adhesión de la ciudadanía en función de sus proyectos de futuro. Por eso el mensaje de esta Diada no tendría que ser ni de división ni de peleas internas, sino de unidad y optimismo, de confianza en el futuro. Porque la Diada tiene que ser de todos o no habrá país.

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