En Francia, las fuerzas de izquierda han formado un Nuevo Frente Popular para detener el avance de la ultraderecha, y el activista Julian Assange ha obtenido por fin la libertad después de llegar a un acuerdo con el gobierno de EE.UU. Son dos noticias inconexas, en principio, y además es necesario mirar la correspondiente letra pequeña de cada una. El Nuevo Frente Popular ha logrado acortar distancias respecto al Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, y las expectativas a los sondeos del candidato ultraderechista, Jordan Bardella, para las elecciones legislativas del próximo domingo, quedan por debajo de la mayoría absoluta. Ahora bien, el Frente de izquierdas no obtendría apoyos para formar gobierno, y son notorias las tensiones internas en una alianza entre el Partido Socialista, el Partido Comunista y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon: el expresidente socialista François Hollande (el que tenía un peluquero carísimo) no se ha estado de espetarle a Mélenchon que, si realmente quiere ser útil a las izquierdas, lo mejor que puede hacer es "ponerse a un lado y callar". En cuanto a Assange, el creador de Wikileaks ha tenido que declararse culpable para obtener el acuerdo que le ha permitido salir de una cárcel británica hacia Australia, después de 12 años de privación de libertad, acoso judicial salvaje, campañas de difamación, agresiones contra sus familiares y un fuerte desgaste físico y psíquico, del que está por ver si se podrá recuperar. No hay que olvidar, además, que la benevolencia de Biden viene inducida por la urgente necesidad que tiene el presidente americano de sumar algún punto a favor ante su electorado, en una campaña para la reelección contra Trump que se le presenta muy empinada.
Todo esto no quita lo que sugieren, juntas, las dos noticias: la persistencia y pervivencia de movimientos, formaciones y personas que trabajan por la defensa de los derechos civiles, las libertades ciudadanas, la democracia y la prensa entendida como contrapoder. También la justicia social, esa que denosta al esperpento Milei, mientras Ayuso lo condecora. Son buenas noticias, en un momento en que se ha convertido en tendencia general culpar a las izquierdas del crecimiento de las derechas duras y extremas, y de los populismos de toda casta. Esto es cierto (la izquierda tiene el deber, y de hecho la necesidad, de luchar tanto contra los populismos de izquierda como de derecha), pero es sólo una parte de la explicación.
La otra parte es la facilidad que han mostrado las derechas llamadas liberales, y socialdemócratas en general, para asumir como propio todo o parte del discurso de la ultraderecha, con la excusa de que así la frenarían. Basta con ver la campaña de blanqueamiento que recibe ahora mismo Giorgia Meloni (a la que se ha apuntado Felipe González y todo), o la naturalización plena de la que disfrutan Reagrupament Nacional en Francia (ganada a lo largo de muchos años) o Vox en España (desde el mismo momento que apareció). La derrota de los Hermanos de Meloni en las elecciones municipales italianas también es una pequeña buena noticia. Todo –o casi todo– suma.