La edad de jubilación y el futuro de las pensiones

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Los datos del Eurostat sobre la edad de jubilación sitúan a España a la cola del continente en cuanto a trabajadores séniors, es decir, aquellos que alargan la vida laboral más allá de los 65 años. Al mismo tiempo, España también es uno de los países de Europa con más paro juvenil. El resultado de esta doble y contundente realidad es que los más jóvenes y los más mayores del Estado contribuyen poco a las arcas públicas y, en cambio, para sobrevivir necesitan prestaciones como las del paro o la jubilación. Ya hace tiempo que se nos advierte de que el sistema de pensiones, tal como está ahora, es insostenible, y también sabemos que un paro tan elevado (sobre todo en las franjas jóvenes) supone un problema estructural. Nos encontramos, pues, ante un problema de dimensiones notables. A primera vista, podríamos tender a pensar que es bueno que los más mayores no trabajen porque así dejan lugar a los más jóvenes para que se incorporen al mercado de trabajo. Pero la realidad es más compleja y terca y, en la práctica, el hecho de que España sea el país con menos trabajadores veteranos no ha ayudado hasta ahora a rebajar el paro juvenil. A la vez, además, dado el incremento de la longevidad entre la población (la esperanza de vida de España y todavía más la de Catalunya son de las más elevadas del mundo), lo que se produce es que cada vez más personas cobran la pensión durante más años. Y no está claro cómo se podrán seguir pagando estas pensiones en un futuro no tan lejano. Los expertos, pues, proponen que, en función de los trabajos y de las expectativas de longevidad de los trabajadores en cada sector, se alargue la edad de jubilación, de forma que más trabajadores mayores puedan seguir siendo contribuyentes al Estado en vez de receptores.

Los datos del Eurostat, pues, no hacen sino incidir en el debate abierto a través de este diario por el ministro de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social, José Luis Escrivá, que pedía un cambio cultural para que cada vez más personas de edades comprendidas entre los 55 y los 75 años siguieran trabajando. Como se vio por las reacciones públicas, es un debate incómodo pero necesario, y que pide tiempo. Países como Finlandia lo han hecho y los ha costado una década que la opinión pública acepte la evidencia de que había que incrementar la edad de jubilación. En este punto, las tradiciones nacionales difieren mucho y no están directamente relacionadas con el estatus de país rico o pobre. La media europea de empleados de más de 65 años ha pasado en una década del 4,2% de la población al 5,7%, mientras que en España se ha movido por debajo: del 2,0% al 2,7%. En Portugal, en cambio, ha bajado del 16,5% al 11,2% y en Irlanda ha subido del 9% al 12,5%. Alemania ha pasado del 4% al 7,4%, y Francia, del 1,5% al 3,3%. En general, en todo caso, la tendencia es al alza (poco a poco, pero va aumentando el número de trabajadores séniors), pero aquí salimos de muy abajo y, en efecto, la opinión popular catalana y española es desfavorable a un alargamiento de la vida laboral. Estamos, pues, ante un asunto que habrá que seguir poniendo encima de la mesa porque el problema de las pensiones no desaparecerá por arte de magia.

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